Sobre Educación Superior, educación digital, Granada y Ceuta: discurso en la entrega de medallas de plata de la UGR

El pasado 29 de septiembre se celebró en el Hospital Real de la Universidad de Granada el acto de entrega de medallas de plata de la UGR al personal que ha cumplido 25 años de servicio en esta institución. En ese acto tuve el honor no sólo de recibir esta medalla sino de poder decir unas palabras en representación de mis compañeras y compañeros del personal docente e investigador. Por si alguien estuviera interesado, os dejo aquí el discurso y el vídeo del acto.

Personalmente ha sido un momento emocionante y hermoso de mi vida profesional y en mi relación con la Universidad de Granada. Agradezco al equipo de gobierno de la UGR que haya pensado en mí para este momento, lo cual me ha permitido reflexionar en voz alta sobre el momento que vivimos, la relación entre la Educación Superior y la educación digital y, también, la presencia del Campus de Ceuta dentro de la estructura universitaria granadina. Así pues, muchas gracias por este honor y esta oportunidad, que refuerzan mi compromiso con la universidad y con Granada.


Excelentísima Sra. Rectora, estimado equipo de gobierno, apreciadas autoridades académicas, queridas compañeras y compañeros:

Comenzaré por pediros disculpas a vosotros, compañeros y compañeras. Tomar la palabra en vuestro nombre es un ejercicio de arrogancia imperdonable habiendo tanto talento entre estas paredes. Os pido perdón de antemano por la torpeza de mi verbo o si la emoción nubla mi pensamiento.

Además, apelo a vuestra generosidad con este humilde docente, llegado de allende los mares tras partir de Ceuta y cruzar el Estrecho de Gibraltar, hoy bonancible, para unirme a esta celebración de nuestro aniversario. Ruego a todos que seáis magnánimos y clementes y yo os recompensaré siendo breve y tan ameno como pueda, dadas las circunstancias.

Mes arriba o mes abajo, hace ya veinticinco años que comenzamos a prestar servicio en la Universidad de Granada. Sonaba aquel año Nirvana en los altavoces del radiocasette mientras Luis Roldán se daba a la fuga; Nelson Mandela nos hacía pensar que existía justicia poética en la política asumiendo el cargo de presidente en Sudáfrica pero en Italia Silvio Berlusconi nos recordó con su juramento como primer ministro que el capital y la política caminan con frecuencia de la mano. En septiembre de 1994, cuando muchos dimos nuestra primera clase, se estrenó la serie Friends y entre risas muchos olvidaron el penalti que Djukic nunca marcó para el Deportivo de La Coruña y que permitió al Barça ganar una liga más mientras Forrest Gump no dejaba de correr en la pantalla. Al menos, en España, Belle Époque nos enamoraba a todos con sus voces de una II República que destilaba ilusiones y sueños que pronto se verían truncados.

Con ese decorado temporal arranca nuestra carrera, así que espero que la sociedad comprenda los errores que hayamos podido cometer y valore los aciertos, que alguno habremos tenido. A nuestro favor, piensen que nosotros somos una generación de PAS y PDI que empezó su carrera escribiendo con Word Perfect y sin acceso a Internet para acabar este año dando clases on-line a través de Prado y Google Classroom. Si hemos superado esto, lo superaremos todo: no me cabe duda.

La filosofía ha dedicado muchas páginas a estudiar nuestra relación con el tiempo. Popularmente solemos pensar que vivimos “en el tiempo” pero en realidad es más preciso decir que “somos tiempo”. Somos el presente que ocupa nuestra conciencia, las experiencias del pasado que se albergan en nuestra memoria y en nuestros cuerpos y los anhelos del futuro, hacia el cual miramos con dosis variables de ilusión, preocupación, inquietud o miedo.

Sin embargo, la experiencia universitaria mantiene una relación especial con el tiempo. La universidad tiene la doble cualidad de parecer inmutable y de encontrarse en cambio permanente, una capacidad meritoria de vivir en la paradoja temporal.

Imagino que las piedras de este Hospital Real nos miran hoy sorprendidas con nuestro nuevo atuendo de mascarillas y de burbujas de distancia física, quizás preguntándose si el mal francés o la demencia han vuelto a ocupar sus salas como antaño. Sin embargo, estos muros centenarios no pueden imaginar que en este mismo momento nos contemplan por streaming nuestras familias desde el hogar y que nuestros actos y nuestras palabras quedarán almacenadas en una nube electrónica y digital que prolonga nuestra existencia en otro plano más allá de la presencia física y temporal de nuestros cuerpos.

Es curioso, precisamente, el efecto de la pandemia sobre la Educación, y especialmente la Educación Superior. Cuando creíamos que las palabras más frecuentes en el léxico universitario eran créditos, competencias, sexenios, transferencia o excelencia, la pandemia nos ha hecho volver nuestra mirada hacia una palabra más nuclear: presencialidad.

Tras la experiencia del confinamiento de país que vivimos en marzo, todas las campanas de la Educación en España han repicado para recordarnos lo aparentemente obvio, que nuestra esencia está ligada a la presencialidad y que este es el eje del cual no debemos apartarnos para bien de nuestro estudiantado, nuestra universidad y nuestro entorno.

Sin embargo, la presencialidad y la relación de la universidad con la tecnología es un debate que se arrastra en todo el mundo desde hace ya bastantes años. En 2003 Arthur Levine, rector del Teachers College de la Universidad de Columbia, reflexionaba sobre la emergencia de “tres tipos básicos de facultades y universidades”. Por un lado estarían las universidades de ladrillo, o universidades residenciales; por otro lado, nos encontramos con las universidades virtuales, con un perfil tan electrónico como comercial en muchos casos; y, finalmente, están las universidades de ladrillo y virtualidad, que son una combinación que recogen las virtudes de unas y otras para poder realizar mejor su servicio público al mismo tiempo que no dejan de ser competitivas y atractivas.

Así pues, la universidad del futuro no es ni presencial ni virtual, si entendemos ambos términos como excluyentes. La universidad del futuro es aquella que mejor sepa realizar la conjunción de la genuina universidad física con la auténtica universidad digital. La cuestión, como advierte el propio Arthur Levine, es qué tipo de institución llegará antes a ejecutar esta unión, si las universidades virtuales comprando ladrillo o las universidades presenciales asumiendo la transformación digital que está teniendo lugar en todas las grandes instituciones del siglo XXI.

Obviamente, la transformación digital conlleva sus propios riesgos. Para empezar, el riesgo de equivocarnos con la velocidad del avance. Un avance glacial y demasiado lento dejará a las facultades y universidades congeladas y anacrónicas ante instituciones más innovadoras y ante los ojos de la propia sociedad; un avance precipitado hará que se tomen decisiones provocadas por los acontecimientos y, probablemente, por una racionalidad económica cortoplacista que sólo pensará en términos de dispositivos y conexiones, pero no en prácticas o culturas. Encontrar el punto de equilibrio no es fácil pero sí necesario para la universidad.

Por otro lado, tras una digitalización irreflexiva también se esconde la posible pérdida de nuestro espíritu comunitario y nuestro compromiso con la equidad. El filósofo Byung Chul-Han señalaba en 2015 que “la atomización y el aislamiento se extienden a toda la sociedad” y que “las prácticas sociales tales como la promesa, la fidelidad o el compromiso, todas ellas prácticas temporales que crean un lazo con el futuro y limitan un horizonte, pierden importancia.”

Sin embargo, la universidad, como estamos demostrando aquí hoy, es un espacio de compromiso con la sociedad, con la comunidad universitaria y con el conocimiento. La universidad, como expone Marina Garcés en Filosofía inacabada, “es el lugar en el que aún pueden pasar dos cosas del orden de lo incalculable o de lo innegociable: tomarse en serio el deseo de saber y aprender que con ese saber «no basta».” Por ese motivo, la transformación digital no puede cercenar nuestra idea de comunidad, nuestro compromiso con la equidad o nuestra fidelidad irrenunciable a la verdad y el saber.

En este sentido, justo antes de la pandemia, en 2019, Linda Castañeda y Neil Selwyn afirmaban que “las tecnologías digitales están demostrando ser un vehículo clave para redefinir la Educación Superior como una actividad eminentemente individualizada” y el aprendizaje en entornos tecnológicos “como un esfuerzo implícitamente egocéntrico”, un esfuerzo, además, para el cual algunas personas cuentan con más recursos en nuestra sociedad desigual y obtendrán, por tanto, más y mejores resultados.

Así pues, siguiendo con Linda Castañeda y Neil Selwyn, “la digitalización de la Educación Superior es algo que debe enmarcarse en términos problemáticos, en lugar de en términos de celebración”, lo cual “requiere una sospecha y un escepticismo continuos” pero ningún ejercicio de cinismo.

El cinismo nos lleva a la negación pero el ejercicio de la crítica ante la transformación digital de la Educación Superior debe ser un “ejercicio constructivo” y no destructivo. El objetivo es hacer mejor, no hacer menos, el camino de la transformación digital para que la conjunción de la presencialidad y la virtualidad de como resultado una universidad más fuerte y coherente.

En este sentido, la pandemia que estamos ahora viviendo es solo una anécdota en la larga historia de nuestra universidad. Aunque ahora mismo no veamos el final y solo percibamos a nuestro alrededor el sufrimiento y la inquietud hacia el futuro, no cabe duda de que finalmente la Ciencia vencerá al virus y a esa tarea, además, la Universidad de Granada ha dedicado mucha inteligencia y recursos, como no podía ser de otra forma en una institución perfectamente identificada con su vocación de servicio público.

Pero cuando pase la pandemia, tendremos que reflexionar acerca de cómo la tecnología nos ha servido para mantener activa una institución que muchos creían que era solo de ladrillos. Tendremos que hacer balance para saber qué ha funcionado y qué debemos mejorar. Será necesario pensar todos juntos cómo se construye comunidad universitaria de manera global, presencial y virtualmente, para que nuevas crisis posibles no nos hagan exaltar la presencialidad como el marinero caído al mar reclama el salvavidas en su lucha contra las olas.

La Universidad de Granada es, por su pasado y por su presente, una de las grandes universidades del mundo. Su nombre nos proporciona a quienes en ella y para ella trabajamos una marca especial que nos regala credibilidad y prestigio allá donde vamos. Ser de la Universidad de Granada es un orgullo para su estudiantado, su personal de administración y servicio y su personal docente e investigador.

Si los de Bilbao nacen donde les da la gana, se puede también ser de Granada habiendo nacido en otros lugares. Yo soy gaditano de Granada y entre nosotros tenemos almerienses, jiennenses, malagueños, madrileños y personas que son de Granada habiendo nacido en muchos otros lugares; dicen que incluso hay una compañera de Zaragoza con muy buen ojo para la Farmacia y la Biología que seguro que llegará muy lejos en la universidad. Pues bien, todos, seamos de donde seamos, somos de Granada porque la Universidad es la puerta para ser de Granada y amar esta tierra.

Pero la Universidad de Granada no acaba en la Vega. La Universidad de Granada se extiende por las redes, sí, pero también por la geografía, porque es la única universidad española que siendo plenamente europea también mira hacia África con sus campus en Melilla y en Ceuta.

Yo me siento tan orgulloso de trabajar en la Universidad de Granada como de trabajar en la Facultad de Educación, Economía y Tecnología de Ceuta. A ella le he dedicado los últimos veinticuatro años de mi vida, ocho de ellos como vicedecano.

La actual Facultad de Educación, Economía y Tecnología de Ceuta es heredera de la II República y de su afán ilustrador y educativo. Su origen se encuentra en la Escuela Normal de Magisterio Primario en Ceuta, creada a partir de un Decreto de 16 de julio de 1935.

Sin embargo, la existencia de la Escuela Normal y el Campus de Ceuta nunca ha sido sencilla, y tampoco lo es hoy.

Sólo ocho meses después del comienzo de las clases en la Escuela Normal de Ceuta estalló la Guerra Civil y con ella llegó la represión y la depuración de su profesorado. Simbólicamente, el 3 de julio de 1937 se quemaron en las instalaciones de la propia Escuela, cito textualmente, “los libros disolventes y perjudiciales para la enseñanza”, entre los que se encontraban buena parte de los libros más representativos de las modernas tendencias pedagógicas del momento, como nos explica el investigador José Antonio Alarcón, formado en la UGR y hoy Director de la Biblioteca Pública del Estado en Ceuta.

Sin embargo, tras sobrevivir, de algún modo, a la Guerra Civil, la Escuela Normal pasó a formar parte de la Universidad de Granada en 1943, gracias a la Ley de Ordenación de la Universidad Española. Ahí comienza de nuevo su historia, asentándose gradualmente como centro universitario en el seno de la Universidad de Granada, lo cual llevaría con el paso del tiempo a su evolución en Facultad, en el año 2000.

Así pues, el Campus de Ceuta celebra en 2020 sus 85 años de historia, 77 de ellos de la mano de la Universidad de Granada. Es una cifra importante de la cual nos sentimos orgullosos quienes allí trabajamos pero que también debería ser motivo de orgullo para toda la Universidad de Granada.

Es importante, Sra. Rectora, continuar con el esfuerzo que usted ha encabezado en los últimos años por hacer presentes a Ceuta y a Melilla en Granada, permitiendo que los miembros de la comunidad universitaria de la UGR en ambas ciudades tengan los mismos derechos que quienes estudian y trabajan en Granada y que tengamos la misma representatividad en la estructura universitaria que tienen otros campus y otras facultades con sede en Granada. Sin estos dos principios, Ceuta y Melilla son nominalmente Universidad de Granada pero no en el mismo grado que las facultades del campus granadino.

Acabo ya pues os prometí ser breve.

Quisiera hacerlo afirmando que Granada no es una ciudad, o no sólo una ciudad. Granada es una utopía de conocimiento, docencia e investigación. Ha sido y es una Ítaca para muchos que nos hemos acercado a ella buscando nuestra propia identidad y saliendo siempre enriquecidos y empoderados por la fuerza de una universidad viva y dinámica. Ahora afrontamos el reto de la pandemia, la presencialidad y la transformación digital y más adelante serán otros retos pero aquí estaremos, dispuestos a mirarlos a la cara con las únicas armas de la Ciencia y la Razón en nuestras manos, como han hecho otros antes que nosotros, como nosotros hemos hecho durante los últimos veinticinco años y como haremos todavía durante muchos años más.

Gracias por el honor de poder pronunciar estas palabras.
¡Salud para todos!


Referencias bibliográficas:

  • Castañeda, L. y Selwyn, N. 2019. ¿Algo más que herramientas? Dar sentido a la digitalización actual de la Educación Superior. En L. Castañeda y N. Selwyn. Reiniciando la universidad. Buscando un modelo de universidad en tiempos digitales. Barcelona: Editorial UOC.
  • Garcés, M. Filosofía inacabada. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
  • Han, B-C. 2015. El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. Barcelona: Herder Editorial.
  • Levine, A. 2006. Educación Superior: una revolución externa, una evolución interna. En M. Serbin Pittinsky (ed.). La Universidad conectada: Perspectivas del impacto de Internet en la educación superior. Archidona: Ediciones Aljibe.

Acto de entrega de medallas de plata de la UGR (2020)

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