La inquietud de ir a la escuela en tiempos de pandemia

Inquietud es una buena palabra para resumir los sentimientos que tiene toda la comunidad educativa en este comienzo de curso. Las familias y los docentes han visto pasar los meses desde marzo hasta septiembre con múltiples promesas y planes que no cuajaban para garantizar un arranque de curso seguro en lo sanitario y satisfactorio en lo pedagógico. Ahora ha llegado el comienzo de curso y la realidad ya no admite más regates: la pandemia está ahí, no tenemos vacunas y es necesario continuar con el proceso educativo lo mejor que sepamos.

Con este sentimiento en mente respondo a la invitación de CODAPA para participar en su XVI Congreso que lleva el título de «La educación en tiempos de pandemia«. Tengo la suerte, en concreto, de poder participar en una mesa redonda junto a Ana Murcia y Patricia Ajenjo, ambas orientadoras, y de disfrutar de la moderación de Luisa Navarro de Haro.

Por mi parte he intentado partir de tres premisas:

  1. La escuela no estaba preparada para una pandemia: tras una década perdida en inversión educativa y con tareas pendientes como la transformación digital de la escuela, la pandemia ha venido a señalar claramente todas nuestras debilidades, que ahora dificultan una respuesta sanitaria y educativa coherente y globalmente satisfactoria.
  2. La administración educativa ha jugado al traje nuevo del emperador con la pandemia: a pesar de que todos los epidemiólogos y virólogos del mundo avisaban de una nueva ola entre julio y octubre y de que todos los profesionales de la educación advertían de las dificultades mencionadas en el punto anterior, la administración educativa ha postergado hasta los primeros días de septiembre la mayor parte de las decisiones sustanciales y el envío de recursos educativos, que en muchos casos aún no han llegado a los centros. De contratación de más docentes, casi ni hablamos: en la mayoría de las administraciones ahora se están poniendo en funcionamiento los procedimientos administrativos para esas contrataciones, así que llegan tarde y probablemente mal.
  3. La autonomía de los centros se ha utilizado como solución mágica y los planes de contingencia como descarga de responsabilidades por parte de la administración: sin recursos extraordinarios, que no los hay, en los centros se puede hacer, básicamente, lo mismo que se hacía en febrero de 2019. Quedan por resolver decenas de cuestiones y la responsabilidad principal es de la administración central y autonómica, aunque las diputaciones y los ayuntamientos han jugado también a ponerse de perfil y no asumir ni liderazgo ni responsabilidad alguna justo ahora que es cuando más se les necesita.

La situación que vivimos en este momento de arranque del nuevo curso escolar se deriva, por tanto, de estas tres premisas, fundamentalmente. ¿Y cuál es esa situación? Pues en la siguiente presentación puedes leer mi descripción de la situación, si te interesa:

¿Me siento entonces pesimista? Bueno, mi carácter fundamental es más bien optimista pero es cierto que cuesta mucho superar el escepticismo y la desesperación en estos momentos.

Obviamente, mi confianza está depositada en la resiliencia de nuestros estudiantes, que estoy convencido que serán capaces de entender la situación y convertirla en algo positivo. También confío en los centros educativos y en los docentes, que creo que entienden la gravedad del momento y la necesidad de una respuesta lo más profesional posible, dadas las circunstancias.

Sin embargo, siento decir que hoy por hoy mi confianza en la administración educativa (en unas comunidades más que otras) es mínima: en general han actuado torpemente, con poco conocimiento aparente de la realidad de la escuela y con muy escasa imaginación, más dispuestos a amenazar a las madres y padres con denuncias por absentismo (por ejemplo, en Andalucía) que a reforzar las plantillas de atención domiciliaria o de las aulas hospitalarias, entre muchas otras cuestiones.

Ahora bien, ¿podemos fallar? No, no podemos fallar. No podemos hacer una semipresencialidad de saldo ni ocupar las clases presenciales con exposiciones y exámenes. No podemos dejar de comprender a las familias y sus temores. No podemos dejar de apoyarnos, docentes y familias, para reivindicar las mejores condiciones de aprendizaje y enseñanza para todo el alumnado. No podemos cejar en el empeño de contar con una educación que tenga como pilares la calidad y la equidad. Se lo debemos a nuestros hijos e hijas. Se lo debemos a nuestro propio futuro.

Imagen: Photo by Markus Winkler on Unsplash

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