Los lunes al sol

Imagen obra de nukamari

Estimado Señor Rector:

Permítame decirle que le entiendo. Comprendo la pesadumbre que refleja su rostro e imagino que la seriedad de su mirada está en relación con la gravedad de los acontecimientos. Usted ya sabe que los recortes que se imponen hoy sobre la universidad son muy duros y que le afectarán profundamente. También sabe que puede que estos recortes ni sean los últimos ni sean los peores. Por todo ello, yo entiendo su enfado y su tristeza.

Yo no puedo ayudarle. No conozco el alcance de los recortes y no podría decidir en qué partidas recortar; entre otras cosas, nunca he participado en la elaboración de los presupuestos de la universidad, aunque he sido un agente activo en la gestión de la misma tanto en mi facultad como en mi departamento.

Por otro lado, imagino que usted y su equipo tiene gente mucho más preparada que yo para ver cómo salir de esta y yo, un humilde profesor de idiomas, no tengo ni los conocimientos ni la competencia para poder ayudarle. Sin embargo, permítame contarle algo.

Hoy me he acordado de la película «Los lunes al sol», de Fernando León de Aranoa. Creo recordar (corríjame si me equivoco) que en un momento de la película Santa, interpretado por Javier Bardem, le dice a sus amigos algo así como: «Si se va uno, nos vamos todos». No tengo la película y no he podido comprobarlo, pero seguro que algún amigo o alguna amiga aficionada al cine lo corroborará o nos corregirá bien pronto.

«Si se va uno, nos vamos todos». He pensado mucho en esta frase estos días. Santa no quería decir simplemente que si echaban a un compañero todos saldrían a ayudarle sino, también, que si despedían a uno, se abría así la puerta para el despedido de todos. Si echaban a uno solo, comenzaría un goteo que acabaría con todos en la calle, contemplando «los lunes al sol».

Y ahora, la universidad. Todo el mundo anuncia un gran recorte en los presupuestos de las universidades: solo en Andalucía serán unos 130 millones a recortar en las nueve universidades andaluzas y parece que este recorte se saldará, entre otras pérdidas, con el despido de buena parte del profesorado asociado.

Y yo sigo pensando: «si se va uno, nos vamos todos».

Si se va un profesor asociado, si asumimos que este profesorado es prescindible, si asumimos que sobra y no se pierde nada con su despido, entonces puede que nos vayamos todos. Tarde o temprano alguien pensará que sobra un departamento, después una titulación, después un servicio, un instituto de investigación y, finalmente, una universidad.

Por otro lado, si se va uno solo de nuestros estudiantes porque no pueda pagar su matrícula, también nos vamos todos. Si pensamos que quien no pueda costearse los estudios no debe estudiar, entonces la universidad como la entendemos hoy, como servicio público dedicado a la docencia y a la investigación, habrá acabado su existencia. Si se va un solo estudiante, nos vamos todos porque poco a poco iremos perdiendo alumnado y, sin ellos, perderemos universidad.

Si se va uno, sea quien sea, será porque asumimos los recortes sin más, y entonces puede que nos vayamos todos: si algo caracteriza a esta crisis es que la ambición de los recortadores, como vemos en Grecia, Portugal o Irlanda, no tiene fin. Asumir el decrecimiento es, en definitiva, una forma de empezar a morir.

Sin embargo, creo que la universidad tiene otra alternativa. La universidad puede ser útil a la sociedad y esperar una contrapartida por ello. En lugar de pensar simplemente en el despido como una respuesta a la reducción del presupuesto, me gustaría ver a mi universidad imaginar mecanismos para aumentar los ingresos y así mantener los servicios.

Para ello la universidad habrá de darse una buena ducha de agua fría y poder ver, así, que una excelencia medida básicamente a través de la publicación de artículos en revistas de impacto aleja al profesorado/investigador de la acción local y de los beneficios que esta pueda reportar a la institución. Hay muchas formas de demostrar la excelencia y ofrecer servicios de calidad es también una de ellas.

En este sentido, en lugar de caer en la trampa del sexenio – institucionalizada ya por el propio Ministerio de Educación – como baremo de excelencia previo a una serie de actuaciones, la Universidad puede movilizar a todo su profesorado para ampliar el diseño de cursos de postgrado y la oferta formativa a empresas e instituciones. ¿Qué sentido tiene impedir, por ejemplo, que el profesorado diseñe cursos de postgrado con libertad si se toman las medidas necesarias para garantizar el éxito de la propuesta?¿Por qué limitar nuestras posibilidades?

Por otro lado, me gustaría mucho ver que la propia Universidad cambia su actitud. Hasta ahora la Universidad esperaba, pasiva, a que el profesorado se acercara a ella para proponer cursos, contratos o proyectos. Sin embargo, los nuevos tiempos demandan no solo un profesorado más activo sino también una Universidad que analice posibles nichos de mercado y que se movilice para ofrecer a empresas, instituciones y colectivos sus servicios.

Vivimos tiempos complicados. La profundidad de la grieta que se ha abierto bajo nuestros pies es enorme pero el miedo no puede bloquearnos. Para no caer no es suficiente con perder peso: es necesario también agarrarse a la roca e intentar escalar. Y para escalar tenemos que usar todas nuestras fuerzas. Por eso no se puede ir nadie, ni del alumnado ni del profesorado. «Si se va uno, nos vamos todos». Es hora de empezar a pensar en cómo evitarlo.

Salud


Cuando empecé a escribir esta entrada estuve a punto de titularla «Carta abierta al rector de mi universidad». En otras ocasiones lo he hecho, como en la carta al Presidente de la Junta, la carta abierta a madres y padres o, en Educ@conTIC, la carta abierta a los candidatos municipales sobre Educación en la Ciudad. Sin embargo, en este caso no es pertinente el recurso a la «carta abierta».

Uno escribe una «carta abierta» cuando estima honestamente que su escrito no puede alcanzar al destinatario que pretende por los cauces ordinarios: no suelo cartearme con el Presidente de la Junta, no puede aspirar a que todas las madres y padres lean mi blog y sería bastante estúpido pensar que ni siquiera un número pequeño de candidatos a las últimas elecciones municipales leyeron mi entrada en Educ@conTIC.

Sin embargo, no puedo decir lo mismo de este texto destinado al rector de mi universidad, al menos en teoría. Soy profesor titular de la Universidad de Granada y como tal participo en los órganos de representación que esta tiene para su profesorado: el Consejo de Departamento, la Junta de Facultad y, recientemente, el Claustro de la Universidad. No puedo, por ello, faltar a mi responsabilidad y asumir el silencio que se autoimpone quien escribe una «carta abierta».

Por ello, este texto es simplemente una reflexión que anticipa un texto o un discurso oral y que va destinado a los gestores de mi universidad. El hecho de publicarlo en el blog simplemente pretende que el texto tenga una vida más longeva y extensa que una carta dirigida a mi rector: si te gusta, adáptalo a tu universidad y utiliza tus propios recursos para hacérsela llegar a tu rectorado.

No asumas el silencio, implícate y actúa.

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