Agradecimiento a María José Navarro, maestra
Uno siempre está en deuda al menos con tres grupos de personas: con la familia, con sus maestros y maestras y con quienes te dan las primeras oportunidades profesionales. Reconocer esa deuda supone reconocer cariños, abrazos, palabras de ánimo, lecciones, correcciones y hasta reprimendas. El camino de aprendizaje que se hace con estas personas nos constituye como individuos. Somos quienes hemos llegado a ser con otras personas.
En mi camino hay muchas personas importantes: mi padre y mi madre, Sonia, mis hermanos, Don Julián y Don Francisco, Sebastián, Milagros, Don Fernando, Neil, Daniel, Luis, José Manuel, Diego, Miguel, Julio, Fran, Víctor, Sagrario, M&M,… La lista de personas con quienes mantengo una deuda de gratitud es, afortunadamente, enorme.
Hoy quisiera hablar de quien me mostró el camino de la formación permanente junto a mi amigo Diego Ojeda. En 2001 impartí en el CPR de Ceuta un curso titulado Teaching English on the edge: from Primary to Secondary Education. Aún conservo la presentación de diapositivas de aquel curso y, aunque ya no me reconozca en todas las diapositivas, en aquel curso sí encuentro el borrador de muchas de las ideas y prácticas que mantengo y defiendo hoy. Ese curso me forzó a someter a mi bibliografía a una revisión crítica en profundidad, me permitió sistematizar ideas y me obligó a pensar tanto en la validez teórica de lo que diría como en su valor práctico para el profesorado que se acercara a escucharme.
La invitación para impartir ese curso vino de una asesora del CPR de Ceuta llamada María José Navarro. Cuando me escribió por primera vez yo no sabía quién era María José Navarro. No conocía su interesante trayectoria política ni su implicación con los centros educativos de Ceuta. No sabía de su interés por encontrar mecanismos para que en Ceuta se enseñara español como segunda lengua, por localizar a docentes que enseñaran eficazmente o por formarse para encontrar soluciones a la compleja situación educativa de Ceuta.
Recuerdo perfectamente la primera reunión que tuve con Alejandro Curiel, director del CPR, y María José Navarro. Ellos me pedían que no me limitara a dar un curso «contando mi historia en plan universitario» sino que dotara al profesorado de los mecanismos para investigar en torno a mi propuesta, que los animara a llevarla a la práctica y a sacar conclusiones científicas a partir de su experiencia. No querían más cursos al dictado, buscaban investigación-acción.
Desde entonces tengo esa petición de Alejandro y María José presente cuando diseño cada sesión formativa y cuando preparo cada ponencia. Como bien entendían ellos, nuestro trabajo no consiste en formar a los maestros y maestras sino en capacitarlos para que sean dueños y dueñas de su propia práctica educativa y para que esa práctica sea de calidad y mejore la vida de nuestro alumnado. La formación permanente no es, en este sentido, una relación vertical entre un experto y un ignorante sino una relación horizontal entre compañeros y compañeras que buscan el sendero juntos.
Con el tiempo María José Navarro fue elegida directora del CPR de Ceuta e imprimió en su equipo el mismo instinto de búsqueda, de investigación, de curiosidad y de respeto hacia el profesorado que me transmitió a mí en aquella reunión en 2001. Siguiendo este camino los asesores y asesoras del CPR se han preparado para asumir retos que trascienden la figura del asesor-organizador de cursos y, así, en los últimos años el CPR ha explorado sendas que no se habían transitado antes en Ceuta, como las Comunidades de Aprendizaje promovidas por el Grupo CREA, la enseñanza del español como nueva lengua o el desarrollo de las competencias básicas en Primaria y Secundaria.
Poner en funcionamiento en Ceuta las mejores prácticas educativas, avaladas por resultados científicos y por experiencias en otros centros educativos, es perentorio y así lo entendió María José Navarro hace tiempo. Una educación «convencional», fracasada en todo el territorio nacional, es en Ceuta – o en Melilla – fuente de ruina presente y futura y este funesto panorama no se soluciona con palabras o un fútil premio a la convivencia sino construyendo desde los centros educativos una nueva ciudadanía que supere la división en primera y segunda clase sobre la que se asientan ambas ciudades.
Hace algunos días me comunicaron que María José Navarro no era renovada como directora del CPR de Ceuta y volvía al aula, como también le ocurre a Verónica Rivera, asesora del ámbito sociolingüístico del CPR de Ceuta. No he hablado aún con ella pero imagino que estará (ambas estarán) tranquila, con la conciencia clara de haber hecho el mejor trabajo posible en el CPR y contenta de poder poner en práctica en el aula el aprendizaje realizado durante estos últimos años.
Con estas líneas yo quisiera dar las gracias públicamente a María José Navarro. Le doy las gracias no sólo por haber confiado en mí cuando yo tenía más por demostrar que demostrado sino, sobre todo, por haber intentado mejorar la educación en Ceuta a través de la formación del profesorado. En esa zona gris que solemos llamar la Administración Educativa no es frecuente agradecer con sinceridad los servicios prestados – especialmente cuando quien gobierna es de signo político distinto a ti – pero entre amigos sí es justo realizar ese agradecimiento. Siento que es de justicia que quien ha intentado traer profesionalidad, conocimiento, cordura e innovación a la formación permanente del profesorado en Ceuta tenga su reconocimiento.
Creo que María José puede entrar contenta a su nuevo centro pues ella sabe que se lleva un agradecimiento mejor que el de la Administración Educativa: el recuerdo de todas las maestras y maestros que hemos tenido en el CPR de Ceuta el lugar de encuentro, el estímulo adecuado, el apoyo justo y el equipo humano para no sentirnos solos ante la complejidad abrumadora de los colegios ceutíes.
Gracias, María José. Seguimos en contacto.
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