Una flor en la escombrera

«Todo esto antes era una escombrera«. Ramón alza su mano sobre el terreno que ahora ocupa el CP El Parque mientras llega hasta nuestros oídos el rumor del Río Nalón, que baja caudaloso en esta época del año. No se ve ninguna señal que recuerde que estamos en el corazón de la cuenca minera asturiana, en Blimea, en el municipio de San Martín del Rey Aurelio.

El colegio lo forman tres edificios diferentes además de un gimnasio y un buen número de patios. Entramos al edificio administrativo. A la izquierda, conserjería y los despachos del equipo directivo; a la derecha, la sala de profesores. Justo en el centro, el AMPA, con la puerta abierta; un padre y una madre trabajan allí afanados en torno a una mesa llena de papeles. Me parece muy simbólico: los padres, en el centro del proceso, rodeados a izquierda y derecha por el profesorado. «Es un buen comienzo», pienso. Más tarde descubrí que estaba en un centro pionero en Asturias en relación con la implicación y participación de madres y padres, especialmente a través del GEAN, Grupo Escolar de Actividades en la Naturaleza.

Ramón, director del colegio, y Luisa, la jefa de estudios, nos reciben mientras resuelven, al mismo tiempo, algunos asuntos tan cotidianos como urgentes. Poco después llega Minerva, la secretaria del centro y tutora de cuarto. Ella será quien nos enseñe el colegio y sus proyectos. Me vino a la cabeza la idea de que Minerva, diosa romana de la sabiduría y patrona de los artesanos, es un buen nombre para una maestra. Parecerá una tontería pero una vez más pensé que era una buena señal.

Con Minerva y Ramón visitamos el edificio de Educación Infantil. Una vez dentro encontramos un patio cubierto rodeado de puertas pero, cuidado, solo tres te conducen realmente a tu destino. Si aciertas, encontrarás a las niñas y niños de Blimea; si te equivocas, te encontrarás con la despoblación que está dejando vacía la cuenca minera y sus colegios. Las heridas de la desesperanza empiezan a preocuparme. Sin decir nada, pienso: «Hay pocos niños; solo tienes que mirar sus nombres en la puerta para saberlo.»

El aula de Infantil es luminosa. En el centro los niños y niñas de tres años realizan una actividad grupal con su maestra y un estudiante en prácticas de la Facultad de Educación de Oviedo. Están preparando y escribiendo una receta. Bromeo con ellos. Le pido a Saúl que me done sus rizos y Ángela me dice que su madre es buena cocinera. Ríen con ganas. Son niños felices y me enseñan con orgullo su clase: el rincón de la casa, el rincón de la lectura, las letras, los números… Dejamos la clase alborotada por nuestra visita; desde fuera, con la puerta cerrada, se escucha el debate acerca de la mejor manera de elaborar el almuerzo.

Los patios del CP El Parque son amplios y abiertos. Caigo de nuevo en la tentación de la melancolía cuando los cruzo de vuelta al edificio de Primaria: «¡Cuántos metros cuadrados eran necesarios para atender a los hijos e hijas de las familias mineras y qué vacíos están hoy!» Sin embargo, esa sensación solo me dura un instante porque poco después uno de los patios se llena de niños y ruido. Tres niños tiran de unos carros azules y de su interior sacan palas para jugar al frontón, balones y cuerdas. El movimiento ocupa el espacio vacío y le da vida.

Entramos al edificio de Primaria. A la derecha una puerta con los colores del arco iris deja entrever una gran sala: es la entrada de la biblioteca.

La biblioteca del CP El Parque no es un almacén de libros. Se nota que ha sido pensada como un espacio de aprendizaje importante para el centro. Una exposición de cuadros preside una zona de lectura con sofás y cojines; las mesas de lectura están bien repartidas por toda la sala. «Esto no es un lugar de castigo ni para hacer deberes, es un lugar de disfrute y aprendizaje», sentencia Luisa, que se ha vuelto a unir al grupo. Desde una esquina un Tintín de tamaño real nos observa divertidos. Patos de cartón piedra adornan las estanterías. Me pregunto si la sala infantil de la Biblioteca Municipal de Blimea será tan grande como esta biblioteca escolar. O incluso si habrá sala infantil en la biblioteca de Blimea. ¡Qué necesarias y valiosas son las bibliotecas escolares!

Frente a la biblioteca, a la izquierda de la puerta principal del edificio, encontramos un panel que nos da las claves del proyecto de aprendizaje que está desarrollando el centro este año: Haciendo Eco. Las caras de las niñas y niños del Comité Medioambiental reflejan la seriedad del asunto: realizar una eco-auditoría a partir de la cual se han definido los retos medioambientales en los cuales está trabajando todo el centro.

Estando allí parados, leyendo el panel, se cruza con nosotros un grupo de estudiantes. Van con su maestra y el Abuelo Rafael a colocar unos nidos para pájaros en los árboles que rodean al centro. Le digo a una niña que su nido es un sacapuntas. La niña sonríe pero no me entiende. Minerva le explica que yo creo que su nido es un tajador. Yo me doy cuenta, entonces, de que «sacapuntas», pronunciado además en gaditano, es para ella una palabra graciosa, igual que para mí «tajador» es un término interesante. Nunca deja de sorprenderme nuestra riqueza léxica.

Comenzamos nuestra visita por el edificio de Primaria. Los pasillos están adornados con escenas y personajes de El Mago de Oz, recuerdos de un proyecto del año anterior, que dan un toque mágico al centro. En cada puerta, una cita y algunas imágenes; por todos lados, personajes en tamaño real de la novela de L. Frank Baum hechos por los alumnos del centro .

Guiados por Minerva, una tras otra se van abriendo las puertas de las aulas para nosotros. En quinto de Primaria el maestro David está trabajando con varios grupos cooperativos que sacan información del libro de texto sobre las capas de la atmósfera, los volcanes o las rocas magmáticas. Son grupos pequeños, de tres miembros cada uno, y mientras desarrollan la tarea se cuestionan unos a otros, se dan explicaciones, se indican cuál puede ser la información que necesiten y, finalmente, lo anotan todo en un documento para recoger los datos fundamentales para la tarea. «Aun no tengo muy controlado esto del cooperativo», se justifica David. Él aun no está completamente satisfecho pero yo pienso que ahí está todo: interacción, interdependencia, destrezas individuales y grupales, buenas relaciones interpersonales, una tarea con sentido. David es un gran profesional y un buen profesional nunca está satisfecho. Les dejamos trabajando. En uno de los grupos está el hijo de la maestra Minerva; cuando salimos, busca fugazmente la mirada cómplice de su madre, aunque aquí ella sea para él solo la maestra Mina.

Vamos al gimnasio. Es un edificio independiente, con vestuarios a la entrada. En un gran cartel se recuerda a los alumnos y alumnas del centro quiénes ostentan actualmente los récords del mundo de las distintas disciplinas del atletismo. Hay otros carteles con información sobre pruebas y actividades deportivas locales así como sobre deportistas de la zona. Allí encontramos a Ramón, el director, dando clase de Educación Física a un grupo de primer ciclo que juega con distintos balones; gracias a esta clase aprendo que las zapatillas deportivas en Asturias se llaman playeras.

Regresamos al edificio principal y entramos en segundo y tercero de Primaria. El grupo que encontramos a la entrada ya ha vuelto. Están en el aula, sentados en asamblea, para darle una sorpresa al Abuelo Rafael, que les ha ayudado con los nidos. Le han preparado un vídeo de agradecimiento por haberles dedicado su tiempo y conocimiento; realmente han quedado unos nidos muy profesionales, y ahora toca observar si los pájaros los usan. Un niño me cuenta que él confía mucho en un nido que ha puesto en el abeto; él cree que los pájaros lo ocuparán. La nieta del Abuelo Rafael le abraza y le dice que no se vaya, que se puede quedar.

Visitamos ahora a la maestra Lorena en cuarto de Primaria. Su grupo nos saluda y nos explica en qué consistió la eco-auditoría. Nos hablan de su realización y de las complicaciones que tuvieron. Nos exponen los retos que han definido. Entre otras cosas quieren preparar una ruta seguro a lo largo de Blimea para venir caminando al centro y evitar que las familias traigan a los niños y niñas en sus coches particulares, uno de los principales problemas que detectaron en su eco-auditoría. Están usando planos de Blimea para organizarla aunque uno de los estudiantes me dice que su casa no sale en el mapa: vive con sus padres en una hermosa casa amarilla que se ve frente al colegio, en la ladera de la sierra: «Yo vivo en el campo», me dice.

Suena el timbre del recreo. Los niños y niñas de cuarto recogen sus aperitivos: hoy toca fruta. Ya hace años que trabajan la alimentación saludable y las familias han incorporado a su rutina el tipo de alimentos que son más recomendables para su alumnado (y también el tipo de envoltorio más recomendable para el medio ambiente). Los pasillos se ocupan pero no hay carreras. Los niños y las niñas caminan sin atropellarse hacia los patios y la biblioteca.

Cuando nos quedamos a solas con las maestras en el aula nos explican con detalle el proyecto Haciendo Eco y sus resultados: los niños están muy satisfechos e implicados, están contentas con el apoyo de las familias pero se quejan de falta de apoyo del Ayuntamiento, y no comprenden que el Ayuntamiento no se vuelque en un proyecto que es positivo para toda la comunidad. Yo también quisiera que todos los Ayuntamientos entendieran que sus centros de educación infantil y primaria son su principal activo, la mayor inversión que puede tener un municipio en sus manos, y no un gasto o un coste para los presupuestos.

Tras despedirnos de Lorena, Minerva nos ofrece continuar con la visita del centro. En el mismo pasillo de cuarto observo que cuatro niños entran en una clase: les sigo. Dos de ellos cogen un dibujo de una figura humana, tan grande como ellos, y siguen coloreando músculos, huesos y órganos. Dos niñas buscan en un libro dónde está el fémur. «Lo hemos cogido de la biblioteca», me explican cuando me descubren en la puerta del aula. Me despido de ellos y entramos en el aula de Marta, a quien ya conocía como formadora en aprendizaje cooperativo. Me alegra reencontrala pero esta vez con su bata y sus niños y niñas. Están trabajando los animales domésticos y salvajes. Una niña se ríe de mí porque no conozco el animal que ella está trabajando: se levanta y me lo enseña en una enciclopedia ilustrada que toma de su biblioteca de aula. Después, todos aprovechan para decirme si tienen algún animal en casa y, por supuesto, sus nombres. En la pizarra digital está la foto del perro de una de las alumnas de Marta, que sonríe satisfecha.

Minerva nos lleva al comedor, insonorizado para hacer de la hora de la comida no solo una experiencia placentera sino también un lugar donde aprender a alimentarse. Vemos su cocina, donde José y Estibaliz – padre y madre de unos alumnos de Infantil – preparan ya el almuerzo: huele muy bien, a comida casera. Ese olor nos acompaña cuando visitamos el aula de informática, donde un grupo de estudiantes de sexto de primaria preparan en red una exposición sobre arte en Asturias.

Tras la cocina, Minerva nos enseña algunos tesoros del colegio: primero, el aula de música, muy amplia y llena de instrumentos musicales industriales y otros inventados por los propios niños y niñas. Me divierto con la sección de percusión, como supongo que harán también los niños. Después Minerva nos enseña el taller, el espacio donde se preparan, entre otras cosas, los muñecos de cartón piedra que hay por todo el colegio; allí nos explica que una vez al mes los niños pasan el día completo en este espacio con distintos talleres artísticos. Finalmente, nos lleva al super-aula, un antiguo laboratorio que quieren recuperar a través de una transformación arquitectónica para convertirlo en espacio de debate y experimentación. Hablamos de crowdfunding siguiendo el modelo de Diego García en Güevejar y también de la complejidad de modificar los espacios en un centro público, para lo cual se tienen que conciliar distintas voluntades políticas, a veces irreconciliables.


Nuestra visita toca a su fin. Compartimos un café cerca de la hora del almuerzo. Llegan unos maestros, ya jubilados, que vienen con frecuencia «por si es necesario echar una mano». Hablamos del futuro de la cuenca minera, de la transformación urbanística, de la necesidad de redefinir el futuro de BlimeaSotrondio y El Entrego, de pensar un nuevo modelo económico y social para un territorio hermoso que ahora necesita reinventarse.

Dejamos el colegio poco antes de que los niños y niñas vayan a almorzar. Brilla el sol entre las nubes y veo sus reflejos en el agua del Río Nalón. Miro hacia atrás y veo un colegio hermoso y generoso; un colegio lleno de docentes entregados y dispuestos a cumplir con su obligación, preparados para sacar lo mejor de nuestra tradición y unirlo a la mejor innovación disponible; un colegio donde padres y madres están presentes porque entienden que la educación es la única manera de abrir una nueva etapa para la cuenca minera. Mi melancolía ha desaparecido. Vuelvo feliz a casa.

Miro hacia atrás y no hay una escombrera. Solo veo un parque, y en el parque una flor.


El CP El Parque participa en el Contrato-Programa de la Consejería de Educación del Principado de Asturias. Agradezco a toda la comunidad educativa del colegio, y especialmente a su equipo directivo, que me permitiera conocerlo. Gracias también a Marga y a Teresa, asesoras de formación, por acompañarme en la visita.

Imagen: Andy Wang vía Unsplash

6 Comments

  • C.P. Santa Eulalia dice:

    Desde el C.P. Santa Eulalia de Ujo queremos felicitar al C.P. «El Parque» por su gran trabajo, a la vez que queremos agradecer a Fernando Trujillo su dedicación a estos maestros y maestras que queremos aportar nuestro granito de arena para mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje de nuestro alumnado.

  • Fernando Vidal García dice:

    Como antiguo alumno de EGB, antiguo alumno en prácticas de magisterio, antiguo cuidador de comedor, maestro interino durante un curso y, actualmente como padre de un alumno, siempre me sentí y me sigo sintiendo orgulloso de «mi colegio». ¡ Felicidades por vuestro trabajo, no cambiéis!

  • Marga Álvarez Fernández dice:

    Hay palabras que son poesía, que son canción. Hay palabras que al oírlas, llenan el cuerpo de «un no sé qué» que alteran las emociones, llegan al alma. Así son tus palabras, Fernando.
    Muchas gracias por «regar la flor».
    Desde este lado de la escombrera, tus hermosas palabras nos parecen ya un jardín,,,y eso, todavía, no.
    Necesitamos seguir plantando, regando, mimando y protegiendo de la intemperie.
    Trataremos de hacerlo. Ojalá los nuevos aromas lleguen hasta el sur y vuelvas a visitar nuevas flores en la escombrera.

    • ftsaez dice:

      Gracias, Marga, por tus palabras, me llenas de alegría. Seguiremos plantando, regando y mimando, porque, además, vienen malos tiempos para la lírica, como bien sabes.
      Un abrazo

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