No somos la escuela del fracaso y la incapacidad: carta abierta para políticos, grandes empresarios y periodistas

Queridos políticos, queridos grandes empresarios y queridos periodistas:

Una de mis citas favoritas de Ortega y Gasset pertenece al libro Misión de la Universidad. Lo tengo aquí, en mis manos; es la edición de Jacobo Muñoz para la Editorial Biblioteca Nueva, publicado en 2007, de esta obra que Ortega dictó primero como conferencia para la Federación Universitaria Escolar (1930), publicó más tarde por entregas en el periódico El Sol y recogió finalmente en la Revista de Occidente para su edición de 1936.

Leo estas palabras, que he citado con frecuencia, en la página noventa y cuatro de mi edición de Misión de la Universidad:

Principio de educación: la escuela, como institución normal de un país, depende mucho más del aire público en que íntegramente flota que del aire pedagógico artificialmente producido dentro de sus muros. Sólo cuando hay ecuación entre la presión de uno y otro aire la escuela es buena.

Esta cita podría interpretarse de varias maneras pero el propio filósofo nos aclara su sentido, que es rebatir un «error fundamental que es preciso arrancar de las cabezas y (que) consiste en suponer que las naciones son grandes porque su escuela – elemental, secundaria o superior – es buena.» Su intención es, por el contrario, defender que

cuando una nación es grande, es buena también su escuela. No hay nación grande si su escuela no es buena. Pero lo mismo debe decirse de su religión, de su política, de su economía y de mil cosas más. La fortaleza de una nación se produce íntegramente. Si un pueblo es políticamente vil, es vano esperar nada de la escuela más perfecta.

Así pues, querido político, querido gran empresario y querido periodista, cada vez que piensas en la escuela como un fracaso, cada vez que afirmas que la escuela no funciona bien, cada vez que repites que no preparamos a buenos trabajadores y trabajadoras para el siglo XXI o que no estamos al nivel de tal o cual país, quiero que sepas que no estás hablando de nosotros: estás hablando de ti.

Empezaré por ti, querido responsable político, sea del partido que seas o realices tu función en el gobierno central, un gobierno autonómico o un gobierno local. Te voy a proponer un juego. En lugar de llamarte ministro, consejero, director general o concejal, te voy a llamar Empleador. Porque eso eres: eres un empleador segmentado y difuso de miles de docentes que trabajan en cientos de colegios e institutos repartidos por todo el territorio nacional. Tú eres la Gran Patronal de una enorme empresa cuya normativa tú mismo creas, cuyas contrataciones tú mismo decides, cuyos salarios tú mismo estableces, cuyos espacios de trabajo dependen de ti para su mantenimiento y dotación e incluso tú decides cómo organizar a los «clientes» y los trabajadores de esta «empresa» en función de unos criterios que tú decides y controlas en todo momento.

Sin embargo, lo más paradójico de ti es que nunca te ves como el Gran Empleador. Rechazas este papel y con ello consigues difuminar también tu responsabilidad: quien establece en buena medida el currículo ha transferido las contrataciones y otros «servicios» a políticos de nivel autonómico, los cuales tampoco son responsables de muchas de las instalaciones y las condiciones en las cuales se trabaja en los centros educativos, que recaen en la órbita de los políticos locales, que afirman no poder hacer nada porque no tienen presupuestos, personal o competencia para intervenir adecuadamente en Educación. Es decir, el Gran Empleador es en realidad un entramado con una gran capacidad para no asumir la responsabilidad en ningún momento: si algo no funciona, cada uno de los tres estamentos acusará al otro por el mal funcionamiento de las gestiones y responsabilidades que recaen en su esfera de poder.

Además, en una vuelta de tuerca digna del mejor guión, el Gran Empleador ha encontrado un responsable último de todos sus fracasos: el héroe. El Gran Empleador ha creado una narración heroica que apunta a veces a los equipos directivos (¡Autonomía de la Escuela!) o a veces a los docentes (¡Vocación, profesionalidad!) como la clave del buen funcionamiento de la escuela, aunque en realidad esta narrativa se utiliza sobre todo para explicar qué ocurre si algo no funciona bien: ante el fracaso, la causa debe ser que el profesorado no está preparado (¡Más formación!), no está motivado (¡Más motivación) o no es suficientemente evaluado (¡Más rendición de cuentas y evaluación!). Si la narración no avanza como se esperaba o la película tiene un mal final, la culpa no es del guionista: la culpa la tiene el héroe.

Sin embargo, imagínate lo siguiente: Llegas a tu oficina bancaria y hay una gran masa de clientes que esperan ser atendido pero solo dos personas en la oficina atienden como pueden a los clientes, el teléfono, los mensajes de correo electrónico y otros múltiples avisos que aparecen en la pantalla. Cuando llega finalmente tu momento, expones tu necesidad de retirar dinero de tu cuenta pero el oficinista te pide que rellenes decenas de formularios antes de tramitar tu petición. Rellenados todos los formularios, este comienza a introducir los datos en un antiguo ordenador y te avisa de que con frecuencia la conexión se cae, perdiéndose todos los datos que se habían introducido, como de hecho ocurre, e incluso te informa de que el banco ha decidido que de ahora en adelante serás tú quien tengas que traer tu propio portátil o un teléfono inteligente (de calidad) para realizar los trámites bancarios. Cuando, finalmente, introduce todos los datos, tras un buen rato de espera, te pide que vuelvas mañana, porque en el banco no hay más efectivo que lo que él pueda llevar en la cartera, así que abandonas la oficina con algunas copias de los documentos rellenados pero sin tu dinero, que quizás mañana sí podrás obtener. ¿Culpas tú al oficinista?¿Se te ocurre pensar que ese trabajador es el responsable de tu insatisfacción o piensas que el Banco no le ha dado a ese trabajador los medios (personal, ordenador, recursos, procedimientos, dinero en efectivo) para que haga bien su trabajo y tú acabes satisfecho?¿No somos capaces de distinguir entre un oficinista poco eficiente y unas instalaciones o unos procedimientos defectuosos o incluso perjudiciales para el cliente? Sí, ¿verdad?

Pues bien, con el discurso del héroe eso es, precisamente, lo que el Gran Empleador ha conseguido: todo lo bueno y lo malo que ocurre en la escuela sucede así porque el héroe así lo ha querido. Si los resultados son buenos, buenos docentes; si los resultados son malos, si decae la convivencia o si la comunicación con la familia no es fluida, malos docentes y mala escuela.

Pero no es verdad. Si no se dan las condiciones adecuadas para el aprendizaje y la enseñanza, muy probablemente no se darán tampoco las consecuencias deseadas. Por eso, Gran Empleador, cuando te permites hablar de fracaso en la escuela, no te quepa ninguna duda de que estás hablando de ti. Tú no has sabido dotar a la escuela de un currículo bien diseñado, equilibrado, moderno, razonable y bien justificado; tú no has sabido dar a estudiantes y docentes unas buenas condiciones para hacer su trabajo; tú no has sabido hacer de las escuelas Espacios de Aprendizaje donde estudiantes y docentes se sientan felices y orgullosos de acudir cada día a realizar su labor. Tú, Gran Empleador, eres la principal causa de fracaso.

¿Y qué puedo decir de ti, gran empresario, que miras con desdén a la escuela volcando sobre ella tu valoración prejuiciosa? Tú no tienes derecho a hablar de la escuela en términos de fracaso y de incapacidad. Tu trabajo no te da permiso para referirte a la escuela como un espacio que mata la creatividad o no prepara a la juventud para los trabajos del futuro. Controlar el presupuesto de una gran fundación no te legitima para generalizar, ofender o humillar a la escuela y sus profesionales definiéndola en negativo y negándote a reconocer lo positivo.

¿Sabes por qué? Porque no has hecho casi nada por contribuir realmente al buen funcionamiento de la escuela. Sí, ya sé que me dirás que tus impuestos los utiliza el Gran Empleador para el sostenimiento de la escuela, pero ya habrás podido leer cuál es mi valoración de su trabajo: si no estás satisfecho con la escuela, habla con el Gran Empleador y ajusta con él tus cuentas.

Si lo que crees que te capacita para hablar de tu escuela es el dinero que gastas en responsabilidad social corporativa o a través de tus fundaciones, me gustaría decirte algo: si no gastaras nada, casi nadie lo notaría. Tu dinero no viene normalmente a empoderar a la escuela, a permitir que la escuela desarrolle su proyecto educativo, a reforzar las líneas estratégicas definidas por los profesionales de la educación para cada centro educativo o a mejorar las condiciones de enseñanza y aprendizaje. Conozco muy pocas grandes empresas que primero pregunten qué se necesita y después decidan qué van a hacer con su dinero. No conozco casi ninguna que se ponga al servicio de los centros y sus proyectos educativos honestamente y le brinde sus recursos y su conocimiento para llevarlo adelante adecuadamente.

Así pues, Gran Empresario, si te quieres acercar a la escuela, hazlo con humildad y con honestidad: no nos traigas tu modelo de empresa y tus estrategias de mercado a la escuela. Acércate en silencio a la escuela y pregunta a su equipo directivo y a sus profesionales cómo puedes contribuir al crecimiento integral y al aprendizaje de su alumnado, promueve con tu capacidad de inversión una innovación que impacte realmente en el bien de nuestros estudiante y nuestra sociedad y lidera o colabora en una investigación educativa de calidad que contribuya al procomún, no solo que te señale donde se encuentran los nichos de negocio. Si haces eso no solo se beneficiará tu marca sino que también habrás contribuido a mejorar el aire público del que hablaba Ortega y Gasset: no puedo encontrar mejor objetivo para una empresa que ser un agente de bienestar para sí mismo y para todos.

Finalmente, queridos periodistas, si alguien puede contribuir de manera decisiva a crear un aire público respirable, esos sois vosotros. Para ello necesitamos periodismo especializado en Educación, como lo hay en Política, Economía, Cultura, Tecnología o Sociedad. Necesitamos un periodismo que cuando aparezcan estudios o Informes PISA no se quede en los datos más simplificadores de la realidad sino periodistas que estén dispuestos a buscar las causas de las causas: un porcentaje no dice gran cosa si no se explica cuál es su causa e, incluso, cuál es la causa de esa causa, como defienden Rafa Cofiño y Mariano Hernán (entre otros) en el ámbito de la salud. Así, si se obvian los determinantes sociales que de manera tan trascendental inciden en Educación, la prensa no es más que una máquina de reproducción de la desigualdad social y territorial, una gran creadora de estereotipos y prejuicios. Solo conocer y exponer las causas (y las causas de las causas) nos permitirá realmente avanzar en la mejora del sistema educativo sin crear bulos a partir de estadísticas mal entendidas y sobregeneralizadas.

Obviamente, si algún político, empresario o periodista lee esta carta, lo cual siempre es improbable, pensará que esta no deja de ser una reivindicación gremial, un déjame-hacer por parte de un docente enfadado y anti-sistema. No es así: mi misión en la universidad, que es donde trabajo, es (entre otras cosas) visitar centros, hablar con sus comunidades educativas, ver qué hacen y por qué lo hacen, entender su lógica y percibir sus necesidades. Desde ahí es desde donde escribo, desde el reconocimiento del trabajo silencioso que realizan cotidianamente miles de docentes y sus equipos directivos, muchos de ellos con condiciones de enseñanza y aprendizaje que no son las que deberían tener.

Así pues, queridos políticos, grandes empresarios y amigos periodistas, los docentes os necesitan pero no les gusta ver vuestro dedo acusador señalando a la escuela cuando vuestra otra mano no está extendida para ayudarles o, simplemente, para hacer bien vuestro trabajo. En este sentido, acabo ya esta carta y lo haré con una cita de Ortega y Gasset, como comencé. Afirma el filósofo también en Misión de la Universidad (pg. 84) lo siguiente:

En la Historia, en la vida, las posibilidades no se realizan por sí mismas, automáticamente; es preciso que alguien, con sus manos y su mente, con su esfuerzo y con su angustia, les fabrique la realidad. Historia y vida son por eso un perpetuo, un continuo hacer. Nuestra vida no nos es dada ya hecha, sino que vivir es, en su raíz misma, un estar nosotros haciendo nuestra vida. Y esto lo es siempre, en cada minuto: nada nos es absolutamente regalado; todo, aun lo que parece más pasivo, tenemos que hacerlo… Sólo nos son dadas posibilidades: posibilidades para hacer nosotros esto o aquello.

Pues bien, queridos políticos, queridos grandes empresarios y queridos periodistas, perdónenme si les pongo deberes pero ya saben cómo son los maestros, no podemos evitarlo: hagan ustedes su trabajo adecuadamente y contribuyan a crear las mejores posibilidades para que se pueda aprender y enseñar bien en la escuela. Solo con eso ya estaríamos todos contentos y la vida nos iría mucho mejor a todos.

Gracias.


Fotografía de Nathan Dumlao en Unsplash

7 Comments

  • Damián Lozano dice:

    Gracias y enhorabuena Fernando.
    Aunque en tu artículo no te circunscribes a Andalucía, con los vientos que corren estas últimas semanas en nuestra tierra (y los que están por llegar), escribo este comentario desde el sentir y la perspectiva actual de la realidad de la educación en Andalucía, con más temor que confianza y con más interrogantes que certezas pero también con esperanza de que los docentes podamos continuar contribuyendo a que la educación siga desempeñando su función de «ascensor social».
    Gracias porque con este artículo te alineas de forma certera, incuestionable y decidida con los docentes que estamos a pie de obra, día a día, con aciertos y errores, con ilusión y -a veces- con el sabor amargo de la incomprensión y del desaliento, intentando construir una escuela mejor y un mundo más inclusivo y más solidario, a pesar de todo y de todos.
    Enhorabuena porque, hoy más que en otros momentos de nuestra historia reciente, hacen falta profesionales y personas de reconocido prestigio en el ámbito docente y en general que analicen, que vayan al fondo, que busquen las «causas de las causas» (que muchos docentes intuímos e identificamos desde nuestras aulas), que denuncien, que aporten alternativas y soluciones, y que realicen el esfuerzo didáctico añadido de comunicarlas con sencillez (con suavidad en las formas pero con contundencia en el fondo como en este caso), para que cualquiera pueda comprender.
    Un cordial saludo.

  • rbatlle dice:

    Absolutamente genial e inspirador, Fernando!

  • Ana Sainz dice:

    Falta una tilde. Último párrafo,»…ya sabe cómo son los …»

  • Simplemente, gracias.

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