Feliz cumpleaños, #FelipeZayas, y perdona la felonía

Estoy convencido de que cuando Felipe lea este texto, se enfadará conmigo. Fruncirá el ceño y se crisparán sus labios, conteniendo la respiración durante unos segundos, para después sonreír diciendo: «¡Trujillo, eres un felón

Permíteme que te ponga en antecedentes.

Doy por sentado que conoce usted a Felipe Zayas. Si se diera el caso harto improbable de que no le conociera, le invito a que pase por su web y su blog, Darle a la lengua, porque así conocerá a uno de los educadores, y más concretamente uno de los expertos en didáctica de la lengua y la literatura, más importantes e interesantes de nuestro país, además de uno de los precursores de los blogs educativos en castellano, como recordaba hace bien poco mi amigo Toni Solano.

Yo tuve la suerte de conocer a Felipe junto a Pilar Pérez Esteve y Carmen Campos, los tres vértices del torbellino de ilusión que fue Leer.es,  y con ellos disfruté de una de las etapas más intensas de aprendizaje de mi vida. Los tres son personas generosas, divertidas, desesperantemente cultas y leídas, utópicas, idealistas y comprometidas con la transformación social a través de la comunicación, la lectura y el lenguaje. Los tres fueron mis amigos, lo son ahora y lo serán siempre.

Recuerdo aquella noche en El Escorial, año 2010. El calor durante el día había sido tan intenso que nosotros tuvimos que refugiarnos de la canícula en las bondades de leer para aprender en Educación Secundaria. Sin embargo, tras la caída del sol la bajada de temperatura se celebraba saliendo a pasear por el pueblo, lo cual siempre ha sido realmente el mejor momento de cualquier curso de verano que se precie.

Entonces, sentados en una plaza el bueno de Felipe recordó – memoria prodigiosa – un artículo de Javier Marías dedicado a los futbolistas del Mundial de 1994 y con la mirada socarrona me espetó de buenas a primeras:

Trujillo, quítate esa perilla, que la perilla es cosa de felones y malvados.

La carcajada fue generalizada y yo retuve la frase como quien aprende un código secreto. La perilla es indicio de felonía.

Y henos aquí, seis años después, cuando vengo a cometer felonía con mi amigo Felipe.

Felipe es, como toda persona sabia, un hombre discreto; público sí, pero discreto. Te diría incluso que es tímido. Con frecuencia lo he pensado cuando lo he visto hablar: al comienzo de sus ponencias me parecía poder observar, sutilmente, algunos de los gestos propios de quien tiene que hacer un esfuerzo al hablar en público por superar sus escrúpulos por pronunciar la palabra exacta, su recato ante la posibilidad de que el auditorio le prestara atención a él y no a su discurso, a su argumentación, a sus ideas.

Por esa razón Felipe tiene derecho a pensar que estoy traicionando su natural discreción dirigiendo hacia él la atención a pesar de que tengo un buen motivo: hoy, 18 de junio, es su cumpleaños. Sin embargo, acepto el cargo: el cumpleaños es una mera excusa y esta entrada es felonía. No tengo reparos en admitirlo.

Sin embargo, Felipe, te ruego que comprendas que pasar este mal rato es necesario porque quiero decirte que me he acordado de ti estos días. Estoy leyendo un estupendo libro de Marina Garcés, Filosofía Inacabada. En él Marina Garcés nos dice:

La filosofía se hace, básicamente, escribiendo.

Al leerlo, pensé que muchas de nuestras preocupaciones e intereses profesionales, en realidad, se hacen también escribiendo: quizás por eso, querido Felipe, los blogs educativos siguen vivos. ¿Se han resuelto las preguntas que tú nos hacías hace unos años acerca del uso educativo de los blogs? Tengo mis dudas, francamente, pero sí tengo claro que los blogs prestan un servicio en el proceso de construcción de la identidad digital de muchos docentes y bastantes estudiantes y, por tanto, forman parte de sus hábitos lectores y escritores. En este sentido, creo, Felipe, que aquel movimiento que observabas allá por 2007 como jurado de la primera convocatoria del Premio Espiral Edublogs, se ha consolidado y esto se debe en buena medida gracias a gente como tú.

Sin embargo, lo hermoso de la Educación, y Marina Garcés también lo defiende para la Filosofía, es que la Educación se hace realidad más allá del aula, en la calle. El auténtico maestro sabe que su tarea educadora ocurre, en efecto, en el aula pero transcurre en otros lugares: en los pasillos, en los patios, en la calle, en las asambleas vecinales, en el compromiso político y sindical, en el atril de conferencias y, por supuesto, en las pantallas de la comunicación electrónica.

La Educación es palabra y gesto. La Educación es palabra provocadora y sorprendente, palabra que te llena y que te agita, que te despierta y te acerca a ti mismo y a ese tú que solo encuentras en los Otros. Pero la Educación también es gesto: gesto que se compromete, que te acoge, que te guía, que te ayuda a correr y te levanta cuando caes y que, finalmente, te despide cuando marchas para caminar por ti mismo la senda de la vida.

Por eso a mí me convence de ti, Felipe, tu coherencia. Si un educador no lucha por mejorar su pueblo, su región, su país o el mundo, no está siendo coherente. Si un educador cuando habla o escribe no está entregando su palabra y su gesto tanto para el bien de sus estudiantes como para el bien común, realmente no está cumpliendo con su compromiso ético y está traicionando, entonces sí, a la profesión y a la sociedad. Los educadores no somos neutrales nunca: o contribuimos a construir una sociedad mejor (más justa, más solidaria, más empática, más libre, más feliz) o estamos siendo agentes de control y opresión para el beneficio de la Minoría Poderosa.

Por esta razón, gracias, Felipe: gracias por celebrar con nosotros tu cumpleaños y por habernos regalado tu coherencia, tus palabras y tus gestos, a mí entre otros, a este barbudo gaditano incapaz de hacerte caso y limitar el número de chistes en sus ponencias a los cinco que tú siempre me has indicado.

Permíteme, como regalo de cumpleaños y en señal de agradecimiento por todo lo que me has enseñado, ofrecerte un poema de Kirmen Uribe que creo que te puede gustar. Se titula Tecnología:

Mi abuelo no sabía leer, tampoco

sabía escribir. Sin embargo era conocido

por las historias que contaba. Él encendía,

rodeado de críos, las fogatas de San Juan.

La caligrafía de mi padre era inclinada, elegante.

Tejía el papel con precisión,

como si esculpiera sobre la pizarra.

Todavía tengo la postal que envió desde la mili:

«Yo bien, tú bien,

mándame cien.»

Nosotros mandamos

mensajes electrónicos.

Es cierto: tres generaciones hemos recorrido

un largo trecho en la historia de la escritura.

De todas formas, las preocupaciones, los miedos

son los mismos de siempre, y lo seguirán siendo:

«Yo bien, tú bien…»

Un abrazo, Felipe: te queremos.

 

Imagen: AnjelikaGr via Shutterstock

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