Antonio Rodríguez de las Heras y Educación: homenaje al maestro

Apenas hace una hora se han clausurado las Jornadas organizadas por el Instituto de Cultura y Tecnología de la Universidad Carlos III de Madrid en homenaje al profesor Antonio Rodríguez de las Heras, que falleció el 4 de junio de 2020. Merece la pena visitar la web que ha creado el Instituto con motivo de este homenaje, entre otras cuestiones por la sección «Intervenciones», donde podréis escuchar a Antonio – y cabe destacar especialmente su conversación, en Youtube, con el maestro Roger Chartier, de una altura intelectual excelsa.

Las Jornadas han tenido el valor no sólo de glosar la figura de un pensador de la talla de Antonio sino también de recordar al amigo, e incluso diría de reencontrarnos muchas amigas y amigos en torno a su memoria. Ahora que han desaparecido casi totalmente las mascarillas era el momento, sin duda, de rendir homenaje a Antonio Rodríguez de las Heras y su Instituto, con Enrique Villalba al frente, y su universidad, representada por Ignacio Aedo, Vicerrector de Profesorado de la UC3M.

Por mi parte, me siento muy honrado de haber podido participar en la mesa redonda sobre Educación que ha tenido lugar esta mañana. He compartido mesa con personas tan relevantes como Carlos Wert, Carlos Delgado Kloos, Marío Díaz Barrado y Juan Mayorga, con la gentil moderación de Luz Neira. Entre todos hemos intentado analizar la aportación poliédrica y generosa de Antonio Rodríguez de las Heras a la educación al tiempo que recórdabamos su sonrisa y su gesto amable.

A continuación os dejo el texto que he presentado esta mañana, apenas algunos detalles en torno a la luminosa voz de Antonio.


Queridas amigas y amigos:

Permitidme, para comenzar, que me presente. Me pongo ante ustedes con total humildad porque soy alguien que no merece estar aquí. No conocí a Antonio en los años ochenta ni comenté con él los fastos de la EXPO. Tampoco tuve ocasión de hablar con él sobre milenarismo en el año 2000 ni de la crisis de las sub-prime en 2008.

¿Porque, entonces, me cabe el honor de tomar la palabra en esta mesa? Sólo puedo imaginar una razón y para explicársela debo recurrir al cine. En concreto, a esa obra maestra de 1960 dirigida por Stanley Kubric, Espartaco.

Probablemente todos estarán pensando ya en la misma escena. Tras la Batalla del Río Silario, el malvado Craso le dice a los esclavos que Varinia y el hijo recién nacido de Espartaco no morirán si Espartaco se entrega a la legión romana, o si lo entregan. Entonces, todos los esclavos, uno tras otro, se levantan pronunciando el célebre “Yo soy Espartaco”.

Pues bien, les explicaré por qué tengo el honor de estar aquí y de tomar la palabra.

Yo soy Carlos Magro. Yo soy Linda Castañeda. Yo soy María Acaso. Yo soy Clara Megías. Yo soy María Rodríguez Moneo. Yo soy Victoria Hortelano. Yo soy Marian Marchante. Yo soy Iria Fontoira. Yo soy Noelia Valle. Yo soy Clara Cordero. Yo soy Nuria Flores. Yo soy Alfredo Miralles. Yo soy Mariana Abreu. Yo soy María Puertas. Yo soy Mónica Martínez. Yo soy Laura Aparicio. Yo soy María Cunillera.

Nosotros somos el cardumen que se reunió en torno a Antonio y a la ILE para pensar una Nueva Educación. Somos la herencia de Antonio, somos los discípulos de Antonio, el resultado colectivo de su actividad social e intelectualmente poliamorosa.

Yo tuve el honor de conocer a Antonio Rodríguez de las Heras el 27 de noviembre de 2013, en la sede de la Institución Libre de Enseñanza. No es normal que alguien recuerde con exactitud la fecha de un encuentro pero ese día fue importante para mí. Es cierto, conocí a Antonio relativamente tarde pero ese día tuve la epifanía de que acababa de conocer a mi maestro.

En mi opinión, para entender a Antonio hay que manejar dos referencias: tiempo y abundancia.

Antonio es el único viajero en el tiempo que yo he conocido. Podéis creer que hablo de su faceta de historiador y su manera única de estudiar el presente desde esa mirada historiográfica. Sin embargo, no es así.

Hablo de su capacidad de ver el futuro, de vivir 10, 15 o 20 años por delante de su tiempo y de todos nosotros. Estoy convencido de que todos nos hemos preguntado, desde aquel fatídico 4 de junio de 2020, qué pensaría Antonio de lo que hemos vivido, de lo que estamos viviendo y de lo que nos queda por vivir y nos lo preguntamos porque sabemos que esa era la auténtica grandeza de Antonio: leer el tiempo.

Pero para ello tenía que hacer un sacrificio enorme. Su sacrificio era abandonar la pureza inmaculada de las disciplinas para meterse en los charcos de la interdisciplinariedad, en el caudal de la abundancia de un conocimiento no compartimentalizado. Su sacrificio era intentar leerlo todo, escucharlo todo, recordarlo todo, pensarlo todo, y lo hacía no sólo con naturalidad sino con felicidad infantil y pasión adolescente.

Antonio era un polímata, es decir, alguien que aprende mucho. Antonio, con su humildad brillante y su conocimiento profundo, era un aprendiz siempre dispuesto sinceramente a dar un paso más, cargando con alegría con su infinita curiosidad por el mundo, y de ahí su insuperable capacidad de escucha y de diálogo.

Esa era, en mi opinión, la razón por la cual a Antonio le interesaba de tal manera la Educación. Antonio no entendía la vida sin educación de la misma forma que no entendía la educación limitada por paredes o momentos, ni tampoco la educación para la reproducción del sistema con todos sus desajustes y desigualdades. En este sentido, Antonio es el eslabón que necesitábamos entre la Escuela Nueva de la II República y la Nueva Educación que buscamos hoy.

Se ha hablado de las numerosas metáforas e imágenes que usaba Antonio en su pensamiento y su discurso. La metáfora es un aprendizaje por aproximación, por yuxtaposición, por iluminación de relaciones impensables hasta que el pensador se atreve a llamar a esto con aquel otro nombre. Antonio, de quien se ha dicho que era un matemático y un tecnólogo además de un historiador, también era un filólogo, es decir, un amante del logos, del conocimiento vertido en forma de palabra poética y de metáforas.

Hay dos imágenes de Antonio que describen bien su manera de entender la Educación. La primera es el tren que avanza hacia Utopedia, imparable, orgulloso, feliz; eso sí, el riesgo de la operación es que las vías hacia Utopedia se colocan al mismo tiempo que el tren avanza, y por eso el avance es incierto y lógicamente lento.

La segunda imagen, similar a la anterior, es la del avión que vuela mientras aún estamos construyendo sus alas. ¿Hay acaso una imagen más certera para comprender qué hicimos en Educación durante el confinamiento?¿Acaso, cuando nos pidieron que no interrumpiéramos la docencia en el peor momento de la pandemia y que levantáramos un sistema educativo a distancia que no existía previamente, no nos estaban pidiendo que voláramos al mismo tiempo que fabricábamos nuestras propias alas?

Esta concepción fresca, renovadora, atrevida, transgresora de la educación, genuinamente antoniana, he tenido la suerte de experimentarla en el diseño y la puesta en funcionamiento del Máster de Innovación Educativa de la Universidad Carlos III y la Institución Libre de Enseñanza. La creación de ese máster, en la sede de la ILE y guiados por la mano experta de Antonio, ha sido el mayor ejercicio de imaginación aplicado al diseño instructivo que yo he vivido hasta la fecha y temo que jamás viviré otro igual; la implementación de ese diseño ha sido ver cómo cobraba vida un sueño, que hemos mantenido vivo los años suficientes para aprender que la utopía es posible, lo cual es una de las grandes lecciones de Antonio: hay que arriesgarse a experimentar, aunque el fracaso nos ronde, porque en el proceso habremos aprendido y el siguiente prototipo será más interesante, más efectivo, más sostenible, en definitiva, mejor.

Así pues, mi deuda de gratitud hacia la Universidad Carlos III no tiene fin porque me ha permitido trabajar con Antonio, aprender de él y disfrutar de unos años magníficos a su lado en el Máster de Innovación Educativa.

Al mismo tiempo, no me gustaría venir a Madrid ni acudir a este acto sólo para hacer un panegírico de Antonio, por mucho que se lo merezca. Creo que Antonio no lo habría querido ni lo habría hecho.

Antonio habría aprovechado este momento para hablar sobre utopía, sobre futuros deseados y posibles, sobre la construcción de puentes y el uso de los Legos, sobre la necesidad de teorías y el sentido abierto, poliédrico y coral de la praxis.

Por esta razón os pido aquí, en su universidad, que desde este momento nos conjuremos para no traicionar a Antonio.

Sobre la universidad, aprendamos de su vida que no podemos configurar una universidad y una Academia de nichos y que, frente a la hiper-especialización cegadora, es posible la trans-disciplinariedad que traspasa fronteras. Sigamos apoyando la experimentación, la innovación, la búsqueda de formas nuevas de hacer que den salida a nuevas formas de pensar la universidad.

Y en la escuela, hagamos realidad las palabras sencillas: diálogo, escucha, empatía, comprensión, estímulo, interrogación, descubrimiento, pasión. Demos todo nuestro apoyo y nuestro respeto a los docentes pero pongamos en los aprendices toda nuestra capacidad de cuidado y atención, como Antonio hacía.

Reivindicar la figura de Antonio es también ver en él a un luchador, sonriente y elegante pero contundente y convencido de que había que levantar una Nueva Educación y que esta no sería una torre sino una red. El principio de “lo pequeño, lo abierto y lo conectado” se aplica también a la escuela y es una fórmula revolucionaria porque nos conduce a una nueva forma de entender la autonomía de los centros, el papel de la comunidad educativa, su vinculación con el entorno y, en definitiva, el sentido y la finalidad de la educación.

En los próximos años, si no está ocurriendo ya, tendremos que levantarnos, ponernos la sonrisa de Antonio en nuestra cara y decir todos juntos que la vieja escuela ya no sirve para una sociedad nueva, pero que la nueva escuela tampoco está al servicio de una sociedad malvada.

Este es para mí, el sentido de este homenaje: ser conscientes del honor que ha supuesto conocer a Antonio en nuestras vidas y también la responsabilidad que esto implica. Ha llegado el momento de que todos nos levantemos cuando nos interpelen y digamos simplemente:

“Nosotros somos Antonio Rodríguez de las Heras”.

Entonces, la revolución habrá empezado y estaremos caminando en la incertidumbre con el rumbo fijo hacia Utopedia.

Gracias al Instituto de Cultura y Tecnología, a la Universidad Carlos III de Madrid y a la familia de Antonio por haberme invitado a este homenaje a su vida y su memoria.

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