Vacaciones de verano: pasado y presente
La clave fue el asma. Al asma le debo los mejores veranos de mi vida, haber conocido a un gran grupo de amigos y amigas – entre ellas, a mi mujer – y, además, haber descubierto mi profesión. Y ni siquiera era yo quien tenía asma, sino mi hermano.
Mis padres, sin saber qué hacer para ayudar a mi hermano en su lucha contra el asma, acudieron a un médico muy reconocido. Este buen hombre, en lugar de prescribir nuevas vacunas o más inhaladores, encargó a mis padres que mi hermano se diera tantos baños de mar como fuera posible y así el asma remitiría. Dicho y hecho, mis padres y mis tíos alquilaron una casa en la cual cada habitación se convertía por la noche en un dormitorio para albergar a cuatro niños, mis tíos, mis padres y mis dos abuelas. Sólo el montaje y desmontaje de los dormitorios por la noche ya era motivo de diversión suficiente.
Justo encima de esta casa veraneaba un matrimonio de Salamanca con sus cinco hijos, el abuelo y la abuela. Al instante nos hicimos amigos y durante muchos veranos consolidamos una gran amistad que poco después se extendió a un grupo de niñas, todas primas entre sí, que solían venir a la playa justo donde nosotros vivíamos. Eran veranos de largos paseos, partidos en la bajamar y olas en la pleamar, las primeras barbacoas y los primeros tonteos con las niñas.
Una tarde de calor, Paco, uno de nuestros amigos salmantinos, comentó que había suspendido inglés. Yo llevaba muchos años aprendiendo inglés y ni corto ni perezoso me ofrecí para ayudarle: conocía la profesión – mi padre era maestro – y podía ser divertido enseñar a un amigo un año mayor que yo. Y así empezó mi carrera profesional.
Después llegaron las clases a mis hermanos y a mi primo, al resto de los salmantinos, a otros niños conocidos en la playa y, el verano antes de irme a la universidad, mis primeras clases formales en la academia de mi padre para poder pagarme la carrera. Desde entonces los veranos significaron trabajar con mi padre desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde y divertirme en la playa hasta que caía el sol.
Así pues, no entiendo el verano sin dar clases aunque ahora he sustituido aquellas “clases de verano” por otras modalidades de formación: este verano he participado con una ponencia sobre trabajo por proyectos en los cursos del Ministerio de Educación en la Universidad Menéndez Pelayo (Santander) y después he tenido el placer de dirigir el campamento de verano del Ministerio de Educación “Leer para aprender en la era digital”, en Sanlucar de Barrameda (Cádiz). Tras estos dos cursos me voy con mi familia a la playa: nos esperan allí el mar, los atardeceres, amigos y amigas, la literatura que no puedo leer durante el curso y muchos momentos de convivencia familiar, el mejor regalo del verano.
Con mi hija y mi hijo me gusta practicar, sobre todo en verano, el “aprendizaje de la vida cotidiana”. Como mi hijo ha aprendido a leer y a escribir, jugaremos a leer los carteles allá donde vayamos o prepararemos juntos la lista de planes para el verano o la lista de la compra; puesto que mi hija ha aprendido a multiplicar este año, le corresponde a ella este verano repasar la lista de la compra y calcular cuánto nos deben devolver en la tienda o en nuestra heladería favorita.
¿Para qué sirven los contenidos que aprendemos en la escuela si no es para aplicarlos en nuestra vida cotidiana? Pues eso es lo que intentaremos hacer, también este verano, y he ahí nuestra responsabilidad como adultos: saber qué han aprendido este curso, pensar para qué les puede servir y cómo podemos ponerlo en funcionamiento como un juego de reconocimiento de su saber. Así pues, el juego de este verano se llama “Sé lo que aprendisteis el curso pasado… y ahora vamos a usarlo”. Espero que os guste.
¡Felices vacaciones estivales!
Una versión reducida de este texto ha sido publicada por el periódico Escuela num. 3912, 30 de junio de 2011: mi agradecimiento a sus redactoras por acordarse de mí para este número.
Felices vacaciones Fernando.
Siempre es agradable leerte, especialmente si, como tú, se pone emoción en lo que se escribe.
Estas vacaciones dedicaré, parte del tiempo, a leer sosegadamente los enlaces que marcas, así como ICOBAE.
Muchas gracias, saludos y disfruta de la playa.