Un verano de lecturas (primer parte)
Siempre he pensado que mi auténtica profesión es la lectura. Entre todas las tareas que dan sentido a mi trabajo, la fundamental es leer: leer mucho y leer variado vienen, en mi orden de prioridades, antes que escribir o hablar, las cuales, por ser más visibles, alguien podría pensar que son las dos actividades fundamentales de un docente universitario.
En verano, además, la lectura profesional cede terreno a la lectura por placer. En mi caso el matiz es muy sutil: tengo la suerte de pertenecer a un departamento de Didáctica de las lenguas y las literaturas así que, remedando el dicho clásico, nada de lo escrito me es ajeno. Si para muchos docentes leer literatura entra dentro del tiempo de lectura por placer, en mi caso – afortunadamente – la literatura es parte de mi pasión y de mi profesión; y, por otro lado, encuentro placer en dedicar mi tiempo de lectura a textos que – en principio – no son de mi ámbito de conocimiento: estas lecturas fuera de mi zona de confort sirven, al mismo tiempo, para reconocer mis ignorancias y para maquillar mis saberes acercándome a territorios ignotos para mí.
Hago toda esta reflexión para que el lector o la lectora de esta entrada introspectiva pueda entender mi selección de lecturas veraniegas, decididamente variopintas. En este tipo de entradas el interés suele centrarse en los libros en sí (o en las películas, música o demás que uno comente) pero quería, precisamente, desviar la atención hacia estos dos hechos importantes para mí: la prioridad de la lectura para un educador y el valor de la diversidad en la selección de textos.
En este sentido, mi verano ha estado dividido en dos partes, textos literarios y ensayos. En esta entrada os muestro la primera mitad, literatura que había ido comprando a lo largo del curso y que esperaban su momento con la calma de saber que serían disfrutados a conciencia 🙂
El libro con el cual abrí mi tiempo de lectura es Victus, de Albert Sánchez Piñol. Ya había leído anteriormente Pandora En El Congo y La piel fría, y ambos me gustaron así que emprendí con gusto la lectura de esta novela histórica que narra, fundamentalmente, el asedio de Barcelona en 1714 a través de los ojos del ingeniero (con toques de pícaro clásico) Martí Zuviría. En mi opinión es una buena novela sobre la guerra y sus consecuencias, no exenta de momentos dramáticos y episodios cómicos; precisamente el rechazo a la contienda y su mirada a las personas que sufren el dolor y la miseria de la devastación bélica superan, para mí, la polémica en la cual se vio envuelto el autor el verano pasado y que nos permite ver lo importante – y complicado – que es la reflexión histórica (y literaria). En todo caso, un libro muy recomendable.
Tras leer Victus, que me atrapó en su estructura narrativa clásica y en el ritmo trepidante de las aventuras del ingeniero Zuviría, debo reconocer que me costó cambiar el registro para leer El impostor, de Javier Cercas: su estructura cíclica, llena de digresiones, no acababa de engancharme y solo hacía preguntarme dónde quería llevarme el autor. Sin embargo, Cercas es uno de mis novelistas favoritos en castellano y perseveré en «sacar adelante» su lectura. Finalmente, encontré el problema: quería leer El impostor con la misma mirada que Victus y no puede ser. Cada libro exige su propia manera de ser leído.
El impostor es un libro que se cuestiona al mentiroso que todos llevamos dentro y que nos interroga para que nos planteemos si hemos articulado nuestras vidas sobre mentiras. Para ello utiliza a un gran mentiroso, Enric Marco, cuya vida desmenuza, pero esta es solo la excusa para hablar de sí mismo y para lanzarnos una mirada (¿inquisitorial?) a todos nosotros y a una sociedad que por querer ser sociedad de la transparencia acaba convertida en sociedad del engaño. Es una reflexión importante (aunque no sé si necesita 432 páginas para llegar a esa conclusión).
Para animarte a su lectura te dejo una entrevista al autor en Página Dos:
Tras escuchar el discurso de Juan Goytisolo en la entrega del Premio Cervantes pensé que no había leído su Campos de Níjar y en ese mismo instante salí a comprarlo. Es un texto breve, realista pero poético, que narra un viaje a pie de Goytisolo por esta zona de Almería que hoy prospera gracias a los invernaderos y el turismo pero que en 1959, cuando se publicó el libro, era «capital del esparto, mocos y legañas» (sic).
Desde el conocimiento de ese cambio he leído este libro, con la emoción de un andaluz que quiere saber cómo era su tierra hace poco más de cincuenta años. Con frecuencia no sabemos, olvidamos o queremos olvidar quiénes somos y de dónde venimos pero esa memoria es fundamental para reconocer el camino hecho, para evitar la complacencia y para designar nuevos objetivos colectivos.
Andalucía es una tierra rica en gentes, ideas y recursos naturales pero nuestra historia es, en muchos casos, un rosario de miserias. Conocerlo nos puede ayudar a comprendernos, a saber cómo avanzar y a generar la empatía necesaria para abrir nuestros brazos ahora que muchos emigrantes están llegando a las puertas de Europa pidiendo nuestra ayuda. En este sentido, y por su calidad literaria (sólo admirar la riqueza léxica de Goytisolo es ya motivo suficiente), este libro debería ser lectura obligatoria en estos días.
Desde ese deseo aquí te dejo el vídeo del discurso de Goytisolo que provocó mi necesidad de leer:
Antes de la Guerra Civil el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales conoció a Juan Belmonte, torero. De ese encuentro (y de muchas conversaciones) salió esta obra maestra del género biográfico que hace ya mucho tiempo me recomendó mi amigo Esteban Romero (@polisea) y que yo no me animaba a leer por el simple hecho de tratarse de la vida de un torero. Aunque no milito como antitaurino, no me gustan los toros y no veía qué interés podía tener la biografía de un torero. Sin embargo, debo reconocer que el libro me ha encantado.
Para empezar, el libro está narrado en forma de falsa autobriografía. La primera persona oculta al narrador y da todo el protagonismo a Belmonte, por otro lado un hombre culto y hecho a sí mismo (¿un caso de self-made man a la española?), lo cual pudo hacer que más de un lector de la época confundiera a personaje y narrador.
Por otro lado, el recorrido por la vida de Belmonte es también una sucesión de imágenes de la historia de España (y Andalucía) en la primera mitad del siglo XX y observar el cambio, como en el caso de Campos de Níjar, provocó mi interés sin llevarme a la complacencia, como decía antes.
Finalmente, con este libro he roto un tabú personal. El pasado verano leí A Sangre Y Fuego, también de Chaves Nogales, y quedé profundamente impresionado por su lectura. No creo que lea jamás un libro de relatos sobre la Guerra Civil (¿sobre ninguna guerra?) que me impacte más que este libro y no quería «estropear» su recuerdo con alguna obra menor de Chaves Nogales: una tontería, lo sé, pero uno es así. En fin, el tabú está roto y ya estoy deseando acometer algún libro más de Chaves Nogales.
El pasado mes de mayo fui invitado por la asociación Educación Abierta a reflexionar y hablar sobre el proyecto de real decreto de las evaluaciones finales de etapa de la LOMCE. Antes de dirigirme al lugar donde se celebraría el encuentro con los miembros de la asociación pasé por La Central de Callao (una de mis visitas obligadas en Madrid) y nada más entrar me encontré, casualidad, con este libro de Alejandro Zambra que utiliza el formato de un examen con preguntas de elección múltiple para organizar su relato. Me pareció que no podía dejar de comprarlo y leerlo.
El texto se mueve en un tono entre lo poético, lo cómico y la crítica a los convencionalismos, especialmente educativos. Es un libro curioso, que te hace pensar y que con frecuencia te saca una sonrisa (especialmente si trabajas en educación y en la universidad). Más de una de las preguntas de elección múltiple son dignas de aparecer en nuestras oposiciones o en las pruebas de acceso a la universidad 🙂
¡Ay, las casualidades! Con frecuencia pregunto a mis amigas y amigos en las redes sociales qué están leyendo y en una ocasión mi amiga María Brea (@visionliquida) me habló de Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata, un magnífico escritor japonés de quien había leído hace algunos años Primera nieve en el monte Fuji (y que, como Belmonte, acabó con su vida siendo ya septuagenario, otra casualidad).
Poco después de esta recomendación literaria mi amigo Jaume Sans (@Txaumell) mencionó, en un hangout que compartimos, el concepto wabi-sabi, que yo desconocía. Precisamente en una visita a Barcelona encontré un libro sobre el tema que sirvió para orientarme y, al mismo tiempo, espoleó mi curiosidad por encontrar un ejemplo de wabi-sabi. Sin saberlo había cerrado el círculo pues el ejemplo que buscaba lo tenía en el libro que María me había recomendado.
El libro de Kawabata es un libro magnífico: tiene ese ritmo peculiar de mucha literatura japonesa, diferente del «ritmo europeo» clásico (¿qué pensará de esta afirmación un crítico literario de verdad?). Se detiene en los detalles, en la descripción de lo pequeño, lo discreto, lo simple. Pero no está exento, en absoluto, de emoción: la obra está cargada de erotismo, de violencia, de pasión. En realidad ese es, en mi opinión, el tema del libro: la pasión, transmutada en sexo, en celos, en compañía, en silencios y en muchas otras manifestaciones con las cuales el ser humano viste sus emociones. Como se suele decir, este libro es una auténtica joya.
Y las (bajas) pasiones son también el tema del libro con el cual cerré la primera quincena de agosto y con el cual cierro esta primera entrada sobre lecturas veraniegas. No soy asiduo a la literatura negra o las novelas policíacas pero hace tiempo leí una recomendación sobre este libro y lo anoté en mi lista de lecturas.
No me ha defraudado: es intenso y emocionante. Liga dos tramas (y dos tiempos) en las cuales dos policías intentan resolver sendos crímenes interrelacionados y, como buena novela de intriga, no es hasta el final cuando empieza a verse la luz en la narración, aunque la luz ilumine un cuadro tremendo de locura y depravación social. Ambientado en México, el libro es también una reflexión sobre la corrupción y la violencia sistémicas y cómo los individuos luchan (o intentan luchar) para hacer de la sociedad, si no un lugar más justo o mejor, al menos más comprensible. Al fin y al cabo, el conocimiento de la verdad y la denuncia son el primer paso para la justicia (y por eso a veces se oculta la primera y se impide la segunda…).
En fin, espero que alguna de mis lecturas sirva para reforzar o estimular tus ganas de leer, y también tus ganas de contar qué estás leyendo en la actualidad o qué has leído este verano.
Salud y te espero en la segunda entrada sobre lecturas veraniegas…
Qué buena selección, Fernando. Me quedo con algunos títulos.
Chaves Nogales es magnífico. El prólogo de A Sangre y Fuego deberíamos leerlo todos. Me quedo con su idea de que cuando crees llegado el momento » de meterte las manos en los bolsillos y echarte a andar por el mundo».
Mándanos la segunda parte cuando tengas ocasión.