Profecías autocumplidas
En positivo
Decidió aceptar la propuesta. Sabía con total seguridad que representaría más trabajo, menos tiempo libre, un sinnúmero de quebraderos de cabeza, la incomprensión de una parte de las familias e incluso algunas malas caras por parte de sus propios compañeros y compañeras de claustro. Aun así, decidió aceptar.
Desde fuera podían imaginarse muchos motivos, más o menos errados, para que hubiera aceptado. Siempre había sido rara (o raro), algunos parece que se aburren, hay gente que no tiene vida privada, ciertas personas solo quieren destacar, lo que se puede hacer por un cacharrito, algo ganará a cambio,… Seguro que tú has oído en muchas ocasiones rumores como estos.
Sin embargo, el motivo real era bien sencillo: tenía la intuición de que necesitaba un cambio. Llevaba un tiempo viendo bostezos y caras de tedio en sus alumnas y alumnos y a estas alturas de su carrera profesional ya sabía que el aburrimiento lleva a la desmotivación y esta al fracaso para un amplio porcentaje de sus estudiantes. Había que cambiar.
Así pues, esa fue la principal razón por la que aceptó el reto.
(Ahora puedes tú, lector, acabar el párrafo y definir el reto. Yo te propongo tres posibilidades que he vivido recientemente: «musicar» en clase como en #YoConEuterpe, diseñar proyectos de aprendizaje como en #FeriaCP15 o usar la tecnología intensa y creativamente como en las II Jornadas del Plan de Cultura Digital en Ceuta. Pero, insisto, sería más interesante que tú definieras el reto que asume nuestro personaje.)
A partir de ahí, la historia ya la conoces. (Auto-)formación, planificar, los primeros intentos tímidos, la búsqueda de referentes, encontrar otros que estén haciendo lo mismo, o al menos parecido, muchas horas de trabajo, ganar en ambición, ver cómo se ilusionan, disfrutar la experiencia, recoger los frutos.
Obviamente, hubo errores, nadie es perfecto. “Si volviera a empezar…”, se decía con frecuencia, aunque en el fondo sabía que cada error había sido una pieza más para conseguir el éxito, cada paso atrás lo convirtió en un momento de reflexión para seguir adelante con más fuerza.
En todo caso, lo mejor ha sido ver las caras de sus estudiantes, su ilusión recobrada, la evaluación positiva que todos han hecho de la experiencia y de cuánto (¡y cómo!) han aprendido.
“¿Ha merecido la pena?”, le preguntan sus compañeros. Es una pregunta retórica. Todos saben, en el fondo, que la motivación de aceptar el reto era una buena garantía para el éxito. Quizás el año próximo quien pregunta es probable que intente también proponerse y superar el reto.
En negativo
La maestra casi no había hablado de la ESO hasta entonces. Cuando apareció con el listado de asignaturas optativas para primero de la ESO las niñas y niños de sexto de Primaria se sorprendieron siendo tratados, de repente, como “personas mayores” que tienen que decidir “juiciosamente” junto a sus familias «para que no haya problemas el año que viene».
La maestra repasó las asignaturas. “Cambio social y género” y “Tecnología” eran muy interesantes pero casi ningún año salían adelante por falta de estudiantes, así que era mejor que no las pidieran, les explicó la maestra sin inmutarse ante la circularidad del silogismo. Quedaban, por tanto, tres asignaturas.
Entonces la maestra comenzó a leer la lista de clase recomendando a unos “Refuerzo de Lengua” y a otros “Refuerzo de Matemáticas”: así, uno tras otro, inexorablemente, cayeron todos. Solo a una exquisita minoría de niños y niñas recomendó la maestra que eligieran francés, no sin advertir a los demás que siempre había gente que no seguía sus recomendaciones y después suspendía francés y muchas otras.
La maestra si olvidó explicar, sin embargo, que “Refuerzo de Lengua” y “Refuerzo de Mates” eran dos asignaturas de café para todos: no se hacía ninguna evaluación que permitiera personalizar el refuerzo o saber qué debía reforzar cada estudiante, ni tampoco había una reflexión seria acerca de cómo hacer ese refuerzo ni para qué. Eran, por otro lado, detalles menores.
Aquel día, en la sala de profesores, la maestra volvió a decir, como cada año, que ella sabía “a ciencia cierta” que a muchos de los niños y niñas que aquel día descubrieron y asumieron que necesitaban un refuerzo les iría, efectivamente, mal en Lengua y Matemáticas en la ESO, a pesar de sus lecciones, sus avisos e incluso a pesar del refuerzo. La maestra no daba recomendaciones: era una profeta.
Imagen: Future via Shutterstock
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