La evaluación desde la perspectiva de las Pedagogías Emergentes

Esta nueva entrada forma parte de la reflexión compartida con los participantes en el Máster de Innovación Educativa de la Universidad Carlos III, la Institución Libre de Enseñanza y la Fundación Estudio y pertenece al módulo de «Experiencias», que tengo la suerte de coordinar en este máster. Por esta razón, empecemos ofreciendo opciones: puedes escucharme, puedes leerme o puedes hacer las dos cosas. ¿Qué eliges?

Si quieres escucharme, aquí te dejo el audio que he preparado en mi podcast «El timbre del laboratorio«:

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Tanto las necesidades sociales como las expectativas volcadas sobre el sistema educativo han cambiado mucho desde la Ley General de Educación de 1970, con la cual crecimos las niñas y niños de la EGB. Han cambiado nuestra sociedad y nuestras costumbres; ha cambiado el mundo del trabajo y la tecnología; ha cambiado nuestra comprensión del mundo y, también, por supuesto, las Ciencias de la Educación, que – entre otras cosas – han recuperado reflexiones y soluciones que habían desaparecido durante la Dictadura, que en Educación – como en tantas otras cuestiones – supuso una ruptura profunda con la escuela de la Segunda República y con los avances que la Escuela Nueva estaba alumbrando en aquella época.

Por ello hablar de Pedagogías Emergentes en nuestro país supone hablar de un proceso progresivo de modernización de la Educación desde los años 70 hasta hoy. Es un proceso lento, con aparentes retrocesos, en el cual se observan muchas paradojas y tremendas contradicciones pero en el cual también se pueden observar cambios a mejor en los contenidos, en la metodología y en la tecnología presentes en el aula.

Así, en relación con los contenidos disponemos hoy de ideas que destacan como fundamentales en el proceso de cambio de la escuela de los años 70 a la escuela del primer cuarto del siglo XXI: entre otras cuestiones podemos hablar de integración curricular y agrupamiento por ámbitos, aprendizaje manipulativo en matemáticas o ciencias, educación en valores y educación para la igualdad de mujeres y hombres, educación intercultural, aprendizaje comunicativo de las lenguas y aprendizaje efectivo de lenguas extranjeras, alfabetización mediática o educación artística y musical – aunque esta última ha sido incomprensiblemente herida de muerte por la LOMCE.

En relación con la metodología, el proceso de actualización vinculado con las Pedagogías Emergentes incluye algunas cuestiones heredadas directamente de la innovación educativa de principios del siglo XX junto a otras cuestiones propias del cambio de siglo. Así, hoy contamos con el aprendizaje basado en proyectos, el aprendizaje cooperativo, el aprendizaje-servicio, el juego aplicado a contextos educativos y la gamificación, el aprendizaje por descubrimiento, las simulaciones, las tutorías entre iguales, el aprendizaje diversificado o las comunidades de aprendizaje, entre otras posibilidades.

Finalmente, la Educación también ha realizado, como otros sectores del conocimiento y la producción, una acelerada apropiación de la tecnología para ponerla al servicio del aprendizaje. Así, hoy además del libro de texto disponemos de plataformas en línea, pantallas interactivas, tabletas y portátiles, equipos de grabación de audio y de vídeo, robots, impresoras 3D o kits de programación pero, sobre todo, contamos con la posibilidad, facilitada por la tecnología, de abrir las puertas y ventanas de nuestras aulas para asomarnos al mundo exterior y permitir así que el mundo exterior nos de vida e ilumine el currículo.

Este panorama dibuja un complejo mosaico que puede desbordar la capacidad individual de cada docente ante la tesitura de dominar estos contenidos, todas estas metodologías y toda esta tecnología. ¡No es el caso tener que dominarlo todo! Hay que entenderlo más bien como posibilidades entre las cuales hoy podemos elegir, pero también son muchas las voces que reclaman una revisión en profundidad de la formación inicial del profesorado y una mejor formación permanente, ligada al concepto de aprendizaje permanente a lo largo de la vida.

En todo caso, esta formación ha de estar ligada a tres elementos fundamentales: teorías de la educación sólidas y bien argumentadas, oportunidades de experimentación práctica con estos elementos de las Pedagogías Emergentes y, finalmente, un fuerte componente crítico que nos capacite para distinguir lo superficial de lo efectivo, para diferenciar lo sustancial y lo valioso de lo cosmético o de lo meramente comercial.

En este sentido, por ejemplo, es realmente importante valorar el sentido de la evaluación como una parte fundamental del proceso de modernización que suponen las Pedagogías Emergentes.

La evaluación se entiende por parte de muchos profesionales de dos maneras: por un lado, como una estrategia para poder tomar datos sobre el proceso de aprendizaje y así poder regularlo, solucionando las dificultades a medida que ocurren para que todo el alumnado pueda tener éxito contando con los apoyos que sean necesarios; básicamente, en esta interpretación evaluar es obtener datos para comprender y tomar decisiones sobre el proceso de aprendizaje y enseñanza.

En la segunda interpretación, más clásica y también la que impone la normativa, evaluar es la vía para medir el aparente nivel de éxito del alumnado y, así, poder calificarlo, aunque aquí se entiende calificar no simplemente como el proceso por el cual se transmite al propio aprendiz y su familia cuál ha sido el resultado en relación con de una o más pruebas sino también como una estrategia de clasificación social del alumnado. Es decir, en el primer caso el objetivo de la evaluación es apoyar el aprendizaje y en el segundo caso el objetivo es clasificar al aprendiz.

En estos años, desde los 70 hasta hoy, hemos visto avances en ambos sentidos. En la evaluación para la clasificación se han sofisticado los instrumentos además de que se ha ampliado la capacidad de clasificación para contar hoy con rankings no solo de individuos sino también de entidades mayores como los centros, las regiones o los países. Es más, buena parte de la política educativa se hace buscando la mejora de los resultados en estas clasificaciones, del mismo modo que buena parte de nuestros políticos blanden este tipo de evaluación como argumento de cambio, pues los docentes y los centros reaccionan con frecuencia ante estas evaluaciones acomodando su manera de funcionar al diseño de las pruebas de tal forma que, efectivamente, se obtengan mejores resultados.

Afortunadamente al mismo tiempo que este afán clasificador avanzaba también crecían las oportunidades relacionadas con la primera visión de la evaluación, la evaluación para el aprendizaje. Con ella han llegado el concepto de andamiaje, herramientas como los portafolios o los diarios de aprendizaje, prácticas como la auto-evaluación y la co-evaluación (además de la hetero-evaluación) y, sobre todo, la concepción de la evaluación como una parte integral de la enseñanza. Es decir, esta evaluación – que a veces recibe el sobrenombre de “evaluación alternativa” a pesar de que debería ser la evaluación central en el sistema – en realidad no representa un momento diferenciado del proceso de enseñanza. La evaluación está en el corazón del proceso porque la evaluación “alternativa” lo que intenta es abrir la caja negra del aprendizaje para comprender qué está ocurriendo, y además intenta hacerlo en tiempo real o lo más cerca posible del momento de aprendizaje para poder así servir de ayuda.

Un examen al final del trimestre que genera una nota que resume 90 días de trabajo no es más que un ejercicio de síntesis más o menos preciso u objetivo. Evaluar es algo mucho más interesante y útil. Evaluar es acompañar y comprender. Evaluar es sentirse co-responsable del aprendizaje. Evaluar es demostrar que el docente no es un simple observador externo que sobrevuela por encima del trabajo del aprendiz. Evaluar es el mayor gesto posible de compromiso con quien aprende, y de ahí la importancia de asumir que no estamos en 1970 y que es hora ya de que las Pedagogías Emergentes inunden también la evaluación con sus argumentos y su fuerza renovadora.

El resultado solo puede ser una escuela mejor.


Fotografía de Nathan Anderson en Unsplash

2 Comments

  • jlcastilloch dice:

    Una duda, Fernando. Indicas que se nos impone medir éxito para así calificar. Mmmm… No he encontrado en la ley la conexión entre evaluación y calificación. La ley no establece criterios de calificación, sino que señala quién los hará, y apenas da instrucciones para eso, o no da ninguna. ¿Me equivoco?

    Y si eso es así ( que no estoy seguro y por eso te pregunto)… Es una puerta abierta, ¿no?

  • Damaris Díaz dice:

    Felicitaciones por promover a la evaluación como parte esencial del proceso formativo y como una responsabilidad ética del docente, quien deberá sentirse cada vez más comprometido con los resultados de aprendizaje. Es urgente dejar de culpar a los alumnos por sus pocos resultados de aprendizajes, gran parte de sus éxitos dependerá de las estrategias del profesor, la claridad de sus propósitos formativos y de su motivación por enseñar a aprender.

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