Los pedagogos
En mi interior va creciendo gradualmente una preocupación. Quizás más que una preocupación debería decir que es una sensación incómoda, una intuición de signos dispersos que quizás no estén relacionados pero que me provocan un cierto desasosiego al contemplar atisbos de una imagen de futuro que me asusta, me preocupa y me disgusta a partes iguales.
Intentaré mostrarte la fuente de mi preocupación pero empezaré comentando una diferencia entre la lengua inglesa y el castellano que siempre me ha llamado la atención, sin entrar en ningún tipo de análisis filológico.
Siempre me ha sorprendido un falso amigo entre el castellano y el inglés: «profesión» y «profession». En relación con el primero, la RAE dice que una profesión es «empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el que percibe una retribución». Sin embargo, de «profession» el diccionario Merriam-Webster dice que es «a calling requiring specialized knowledge and often long and intensive academic preparation». Esta misma diferencia se mantiene, por ejemplo, en la Wikipedia en ambas lenguas (aunque con matices en el caso español):
Profesión: el oficio, empleo u ocupación ejercida a cambio de una retribución.
Profession: a vocation founded upon specialized educational training.
Es decir, la palabra profesión en castellano es, en mi opinión, un hiperónimo, el término más general, mientras que profession podría pensarse que es un hipónimo de «profesión», un término incluido dentro «profesión» pues tiene todos los rasgos semánticos de la palabra castellana pero añade dos nuevos elementos: la vocación y la formación especializada.
En mi opinión la enseñanza es una profesión, claro, pero también una profession, así, en inglés. Es decir, es una profesión pues es empleo ejercido a cambio de retribución pero tiene un fuerte componente vocacional (si no tienes vocación, vete a vender Avón, como dice @peralías) y además requiere una importante formación especializada. No descubro nada nuevo: son constantes en los medios de comunicación tanto las invocaciones a la vocación del profesorado como las referencias a su buena o mala formación, y la necesidad de mejorarla o reformarla (y ya di mi opinión sobre el tema en una entrada anterior).
Sin embargo, mi preocupación radica en la cuestión de la «formación especializada»; o mejor dicho, mi preocupación proviene de la raíz de esa «formación especializada».
Una adecuada formación del profesorado debe basarse en el conocimiento. Como afirma Jaume Sarramona (2008: 87),
En el ámbito educativo existe un conocimiento pedagógico especializado que es el que diferencia y confiere singularidad a la función docente. Este conocimiento requiere un proceso de formación que permite obtener las bases iniciales para emitir juicios profesionales en cada situación, basada en la teoría, en el conocimiento experiencial y en la práctica.
Es decir, este conocimiento pedagógico especializado está en la base de nuestra competencia y se genera a partir de tres fuentes: el conocimiento de la teoría, el conocimiento experiencial y la práctica.
Sin embargo, en los últimos años hemos vivido un constante desgaste del valor social de las teorías de la educación y de los teóricos de la educación. En España no es difícil encontrar personas (ciudadanos y docentes) que relacionan el fracaso político de la implantación de la LOGSE (tan lejana ya en el tiempo como cercana en el imaginario colectivo) con el fracaso educativo y, por extensión, con el fracaso de la Pedagogía. Es decir, se construye una especie de falacia que establece que
a.La LOGSE fue una ley de pedagogos.
b. La LOGSE ha sido un fracaso.
c. La Pedagogía es, por tanto, un fracaso.
Es decir, en este silogismo falaz la Pedagogía es quien explica el fracaso y, por tanto, sufre el castigo, cuando si algo fracasó en la LOGSE fue la capacidad de los políticos a la hora de dotar a una ley bien armada de los recursos necesarios para una implantación exitosa. El fracaso de la política empezó a cavar la tumba de la Pedagogía.
El problema, además, es que en esta época de post-verdad la expresión construcción social de la realidad es más certera que nunca: como afirmaban Berger y Luckmann (2003), «la realidad se construye socialmente». Y en la construcción social de la realidad educativa los pedagogos y su conocimiento han quedado (o están quedando) marginados.
Empecemos por la actividad de los propios pedagogos.
Los pedagogos en nuestro país habitan, fundamentalmente, en la universidad y hoy esta es, más que nunca, una torre de marfil concentrada en conseguir un gran impacto de sus publicaciones en revistas especializadas para poder así mejorar su posición en los rankings y obtener proyectos de investigación bien subvencionados. La consecuencia directa es que muchos pedagogos hoy viven lejos de los centros escolares y otras experiencias educativas. Con esto no solo se resiente su conocimiento, determinado en buena medida por la publicabilidad en determinadas revistas, sino su influencia real en la escuela, donde se les ve como personas ajenas que a veces llegan cargadas de cuestionarios pero rara vez de soluciones o, al menos, de posibilidades. Quizás necesitamos una Marina Garcés en Pedagogía que les diga como Marina le dice a los filósofos: «La filosofía no es nada si se la aísla.»
En este sentido, hoy muchos pedagogos podrían entrar dentro de la categoría del experto antisocial que describe Richard Sennett en El artesano: por un lado, su trabajo se ha vuelto incomprensible para el lector no-experto y, por otro lado, el experto antisocial no hace ningún esfuerzo no solo por ser comprendido sino ni siquiera por ser conocido. Así, la ausencia, en mi opinión, de pedagogos en las redes sociales o la blogosfera siempre me ha parecido sorprendente; si a esto le sumamos la crisis de las editoriales tradicionales que han recogido el conocimiento pedagógico en nuestro país (junto con la propia crisis de la lectura en la profesión docente), tenemos el campo abonado para la irrelevancia de un área de conocimiento absolutamente necesaria.
¿Y qué ocurre cuando un experto no ocupa el nicho social que debería ocupar por su conocimiento? Pues sencillamente, que lo ocupan otros. En este sentido, observo con curiosidad que en los muchos congresos, encuentros y jornadas que se celebran en nuestro país en relación con la educación (y a los que asisten centenares de docentes) ya no están presentes los pedagogos: su lugar lo han ocupado una amplia variedad de perfiles, entre los que yo me encuentro, y también una amplia variedad de niveles de conocimiento y competencia.
Esto tiene una lectura positiva: la Educación se ha enriquecido con aportaciones de áreas más allá de la Pedagogía. Esto refresca la mirada, permite abordar la complejidad y garantiza que frente al discurso único se ofrece una amplia variedad de posibles lecturas.
Pero también tiene una lectura más oscura: se ha desplazado el conocimiento de la Pedagogía por otros conocimientos, no siempre legítimos. Así, es muy evidente la toma de la Educación por la Economía o el impacto de la Informática en nuestra visión del hecho educativo, como también hay otros intentos de uso de áreas como las Neurociencias que en realidad solo están promoviendo la utilización de mitos para la manipulación interesada, como ya he analizado en alguna ocasión respecto al modelo educativo del siglo XXI según el Banco Mundial.
La Educación no puede olvidar las aportaciones de la Pedagogía. Por un lado, su enfoque histórico y, por otro lado, su planteamiento crítico son absolutamente necesarios para no perder el norte de la Educación en tiempos de neoliberalismo. La Educación es un derecho de todos pero para hacer verdad este principio necesitamos conocimiento para solucionar la gran cuestión de este inicio del siglo XXI: hay un intento claro de utilizar la Educación para mantener y reforzar la desigualdad en el mundo, y la marginalización de la Pedagogía y de los pedagogos, incluso su propio aislamiento y estigmatización, forman parte de ese intento desequilibrador.
Así pues, si eres pedagogo, abre tu conocimiento al mundo: instala en la escuela tu tienda de campaña, abre un blog tan pronto como puedas y fortalece tu identidad digital para difundir tu conocimiento. Si no lo eres pero organizas eventos educativos, busca el conocimiento de la Pedagogía más allá de las modas y los gurús del momento. Si trabajas para la administración o eres educador, lee artículos científicos y publicaciones de calidad, pues ahí encontrarás calma y respuestas para tus preocupaciones.
Vivimos tiempos de mercaderes. Necesitamos pedagogos.
Nota del autor:
Por si te puede la curiosidad, yo no soy pedagogo, pero sí tengo una deuda de gratitud intelectual con teóricos de la educación (pedagogos) como José Gimeno Sacristán, Antonio Bolívar, Juan Bautista Martínez, Ángel Pérez Gómez, Miguel Ángel Santos Guerra, Félix Angulo, Jurjo Torres, Joaquín Gairín o mi amigo Jordi Adell, entre muchos otros. Este es mi homenaje, admirativo y crítico, a una generación dorada de pensadores de la educación cuyo reemplazo veo complicado en las condiciones actuales, para nuestro infortunio.
Bibliografía:
Berger, P. L., y Luckmann, T. 2003. La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu.
Garcés, M. 2015. Filosofía inacabada. Galaxia Gutenberg.
Sarramona, J. 2008. Teoría de la educación. Reflexión y normativa pedagógica. Barcelona: Ariel.
Sennett, R. 2017. El artesano. Barcelona: Anagrama.
Imagen: Eugenio Mazzone vía Unsplash
Mira, Fernando, yo no sé cuál es la razón última, pero estoy observando los últimos años que las generaciones nuevas de docentes que nos llegan a los centros desafortunadamente piensan más en la «profesión»
Totalmente de acuerdo, Fernando (como casi siempre). Solo un detalle: ¿la LOGSE fue una ley de pedagogos o de psicólogos? No cambia la esencia, pero…
Tienes toda la razón: fue una ley de psicólogos y pedagogos, pero estos últimos han salido más perjudicados del efecto LOGSE, en mi opinión.
Fue una ley que cayó en manos de un sector (cognitivista) de la psicología frente al sector de pedagogos (pedagogía crítica). Coll versus Ángel Pérez
Y ambos sectores salieron perjudicados, aunque creo (es solo una impresión, obviamente) que la pedagogía perdió doblemente: frente a la opinión pública y muchos docentes y frente a la psicología.
En todo caso, nadie sobra en Educación si su intención es honesta y su conocimiento es coherente y está bien articulado y fundamentado.
Mi querido Fernando, un enorme placer como siempre leerte.
Debo decir que me ha tomado muy de sorpresa esta entrada que has escrito porque pensé que este fenómeno se localizaba en Argentina, mi país. Ahora veo que no, que trasciende fronteras. Algunas veces he escrito algunas cosas en esta línea que comparto aquí contigo:
https://pensarlaescuela.com/2015/01/06/lo-que-siempre-me-alejo-de-los-academicos/
https://pensarlaescuela.com/2015/06/07/la-era-de-los-especialistas-o-cuando-la-escuela-comenzo-a-caer/
O respecto del valor del conocimiento pedagógico (y más específicamente didáctico):
https://pensarlaescuela.com/2015/10/31/trabajar-de-docente-y-ser-docente-no-es-lo-mismo/
Así es que damos espacios a gurúes y modas cuando debiéramos estar trabajando juntos con quienes piensan y diseñan la educación, que deberían dejar sus escritorios y pisar las escuelas reales.
Ahora que sabemos que es un problema común, podremos tejer más redes para buscar soluciones.
Gracias por darnos siempre una perspectiva que nos ayuda a seguir pensando la educación.
Un gran abrazo,
Débora
Gracias, Débora, por tu lectura, tus enlaces y tu atención. Me temo que, efectivamente, este es un fenómeno internacional que hay que interpretar a la vista de otros «fenómenos de la globalización». Es interesante también descubrir esto con tu comentario.
Un abrazo
Brillante reflexión Fernando. Un placer leerte, como siempre y con verdades como puños escritas con una asertividad exquisita.
Gracias maestro
Gracias, Santiago, por tu atención y por tu comentario. Entre todos no solo vamos construyendo escuela sino también redes de reflexión para intentar mejorar día a día.
Un abrazo
Sigo pensando que la Pedagogía es la ciencia que inspira la educación por tanto no podemos prescindir de ella. Los pedagogos y las pedagogas somos gentes que amamos la Educación con mayúscula y debemos estar más presentes en los centros educativos. El problema es que, parte del profesorado, se metió en educación como un medio fácil de obtener un trabajo seguro, sin una formación ni vocación pedagógica, así encontramos en los centros a gente que su vocación y su formación distan mucho de la pedagogía para educar y así nos va. Recuerdo cuando abrieron la bolsa de Tecnología para ESO que allí entraron: ingenieros, farmacéuticos, químicos, físicos… y su formación en educación era la escasa recibida en el CAP, todo un despropósito. Necesitamos cambiar metodologías y para eso hace falta una formación pedagógica que sepa ilusionar a la chavalería para que la escuela sea un verdadero centro donde educarse sin olvidar de ser felices.
Todo un placer leerte y gracias por la mención.
Sin formación pedagógica corremos muchos riesgos: entre otros, estar inventando continuamente la rueda.
Besos y abrazos
En esta misma linea, me gustaría comentar que, el colmo se hace evidente, cuando los propios pedagog@s tenemos que hacer un máster de Formación en enseñanza Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas, es decir, la misma formación que realizan matemáticos, físicos, ingenieros, etc. para ejercer como profesores. Aquí vemos un claro reflejo de la Educación vista desde la Economía…
Has dado en el clavo, Fernando. Hace ya 12 años (el posible delito de injurias ya ha prescrito) un catedrático de pedagogía de la Universidad de Oviedo me hizo una confidencia, cuando nadie podía oírle: «los pedagogos son como los poetas, que sólo escriben para que les lean otros poetas y al final han conseguido que no les lea nadie, salvo otros pedagogos».
Los pedagogos deberían volver a escribir, dirigiéndose a una audiencia de profesores que quieren aprender a mejorar el aprendizaje de sus alumnos.
Esta entrada de blog ha estado rondando en mi cabeza durante estos días, lo cual agradezco mucho. Comparto una escena que sucedió en la universidad en México donde trabajo hace algunos años: un colega matemático, en una reunión, comentó que ningún pedagogo le iba a decir cómo enseñar matemáticas. A la luz de lo escrito en la entrada creo que muestra una doble tragedia: el profesional (en el sentido de la RAE) que se niega a aceptar un conocimiento que tendría que ser indispensable en el quéhacer docente universitario, y por otro lado, tenemos al conocimiento pedagógico en las revistas especializadas (y en los congresos) que no consigue llegar al trabajo cotidiano. ¿Cuál es entonces, el papel que debe jugar el conocimiento pedagógico en la educación superior? MI respuesta parcial tiene que ver con las redes profesionales de aprendizaje (y habría que tomar aquí profesional en sentido inglés) en donde deberíamos fomentar el diálogo entre pedagogos, psicólogos cognitivos, filósofos y los docentes especializados en nuestra área de conocimiento. Una gran oportunidad para profesionalizarse. Saludos.
Gracias Fernando por resaltar la figura del Pedagogo, aunque como bien dices, debemos ser los propios profesionales de Pedagogía que debemos potenciar y destacar nuestras funciones, ya que cada vez más, estas se ven relegadas por otros profesionales y con ello nos van excluyendo de nuestra profesión y, por supuesto, «Profession». Saludos
Estando de acuerdo contigo totalmente. La pedágogia y los pedágogos jamás se colgaron del brazo de un incondicional. El Gran Fernando Trujillo lo ha vuelto a hacer!!! Tuve la suerte de poder asistir a su taller de Gasmificación en el CIECH 2017 y disfruté bastante. Llevo años aplicando sus técnicas y puedo garantizar que el 70 por ciento de las veces funcionan siempre!!! Gracias Trujillo, todos somos necesarios pero tú eres contingente. Un saludo cordial.
Gracias, Marcos, y lo has dicho correctamente: soy absolutamente contingente y vosotros sí sois necesarios 😉
Que lo fundamental para enseñar es saber es una obviedad, pues no se puede enseñar lo que no se sabe. Pero de esta afirmación no se puede deducir que baste saber para saber enseñar. Bueno, se puede, claro, pero tiene poco sentido.