Silencios y actos

Ayer regresé de Göttingen, adonde acudí a dar una ponencia sobre interculturalidad en la enseñanza de lenguas. Sin embargo, el tema de mi entrada de hoy no es la interculturalidad sino el silencio.

Me gusta viajar con libros. Viajar y leer no son para mí dos actividades distintas sino paralelas. Cuando se desplaza el paisaje, en realidad para mí lo que se mueven son las hojas de los libros con los que viajo.

En esta ocasión elegí dos libros. El primero de ellos, en papel, es el último libro de Antonio Muñoz Molina, el ensayo Todo lo que era sólido; el segundo, en formato digital, es la novela de Jorge Volpi, En busca de Klingsor.

Es curioso cómo se eligen los libros. El libro de Antonio Muñoz Molina lo compré para mi amiga Mercé Bernaus en Alcalá de Henares y vino confundido a mi casa con muchos otros libros infantiles que compramos ambos en la Librería Diógenes, ella para mis hijos y yo para sus nietos. El libro de Jorge Volpi me lo recomendó hace cuatro años mi amigo Antonio González poco antes de nuestro viaje al Sáhara pero lo compré hace pocos días en Amazon para leerlo en este viaje, sin saber además que buena parte de su trama transcurre en Göttingen, la ciudad que yo iba a visitar. Además, no podía imaginar que entre estos dos libros hubiera ninguna relación cuando los elegí.

Sin embargo, ambos libros tienen un eje común y ese centro temático es el silencio. En busca de Klingsor es una trama de detectives científicos en torno a la construcción del muro de silencio que rodeó a la ciencia en el III Reich. En el caso de Todo lo que era sólido, Antonio Muñoz Molina se pregunta y reflexiona acerca del silencio que rodeó la creación y el mantenimiento de nuestra particular crisis económica desde el año 92 hasta la fecha. Nos dice este «andaluz serio», como él mismo se define:

Si mi oficio es mirar el mundo para poder contarlo cómo es que no me fijé en lo que sucedía, en lo que tenía delante de los ojos, lo que se publicaba en el periódico que yo compraba y creía leer fielmente cada mañana cuando estaba en España.

En ambos libros el silencio es el gran pecado por omisión que permite el ascenso de los sinvergüenzas por la vía política y económica o el ascenso del nacionalsocialismo al poder en Alemania. Y en ambos casos es un silencio que crece poco a poco, naturalizado, sin sobresaltos, impuesto con la presión callada de «no ser un aguafiestas» o de «no ser un traidor», depende del caso (y tendrás que leer ambos libros para saber qué significan estos conceptos).

Todos somos culpables de silencio. Quienes han tenido o tienen más responsabilidad son más culpables pero todos, en alguna medida, hemos estado callados cuando nuestra ciudad construía un Palacio de Congresos al que nunca llegan los congresos, un Palacio de Deportes en el que nunca juegan los reyes del balón o un Tranvía que nunca surcará nuestras calles.

Es más, quizás alguno de vosotros sí haya hablado. Quizás sí haya dado su opinión en voz alta y con claridad. Por ejemplo, aquí, en la red, no callamos nunca y, sin embargo, de la misma forma que nuestros enlaces no tienen una vida útil de más de algunas horas, nuestras opiniones caen también en una profunda sima de silencio, no escuchadas por muchos, olvidadas por la mayoría, irrelevantes para (casi) todos.

Por esa razón me pregunto si es sólo silencio lo que permite la aparición de poderes y actuaciones que no persiguen el bien común, que son inmorales o simplemente ilegales. Creo sinceramente que no. Es nuestra inacción quien lo permite.

La democracia y sus derechos no son en sí mismos un don. Son el resultado de un compromiso y de una acción volitiva. La democracia es un movimiento, una larga marcha que cuando se detiene, se debilita e incluso muere.

No podemos permitirnos el lujo de no hacer, ni la licencia de estar solos o de rendirnos ante la mediocridad. Es necesario, como demuestran la PAH y otros grupos de ciudadanos, estar juntos, definir juntos dónde y cómo actuar, pensar juntos e incluso dialogar juntos con quienes piensan como nosotros y con quienes no piensan igual, pues la democracia nunca puede basarse en la exclusión y siempre hay más cosas que nos unen de las que nos separan.

¿Soy optimista?¿Soy pesimista? No tiene sentido definirnos en términos bipolares. Tenemos que ser reflexión, diálogo, acción, praxis que diría alguno. Tenemos que creernos ciudadanos para ocupar el espacio pues el silencio y la inacción son los huecos por donde la sociedad se pierde a sí misma. Y no podemos permitírnoslo.

«Todo importa ahora entre nosotros… Cada uno, casi en cada momento, tiene la potestad de hacer algo bien o de hacerlo mal… Ha terminado el simulacro… Después de tantas alucinaciones, quizás sólo ahora hemos llegado o deberíamos haber llegado a la edad de la razón.» Antonio Muñoz Molina

Salud

Imagen: DavidJGB

5 Comments

  • Muy acertado comentario, amigo. Me ha encantado la reflexión que haces sobre el silencio y la inacción. Y sí, todos somos culpables de ese silencio, de ese acomodo a la situación…praxis, efectivamente, o acción conjunta, o levantamiento, pero nunca dejarse llevar por el viento que sople…Fuerte abrazo, Fernando.

  • Gracias Fernando por esta magnífica entrada, con la que estoy en un todo de acuerdo. Un abrazo
    Alejandro

  • Limpio y nítido el espejo que pones delante de todos, Fernando; urge alentar una ciudadanía activa y crítica con el mundo que nos rodea y por tanto con nosotros mismos.
    A menudo me pregunto por las causas que me empujan hacia algunas personas naturalmente, sin mediar un propósito concreto. En tu caso Fernando acabo de descubrir la última: no te callas 🙂
    Y que sea por mucho tiempo.
    Por cierto, seguiré la recomendación de nuestro amigo Antonio.
    Un abrazo.

  • Hemos delegado muchas de nuestras responsabilidades en el Estado, entre ellas la de educar, la de mantenernos sanos y la de resolver muchos de nuestros conflictos; pero olvidamos que el Estado es un ente impersonal que se perpetúa a sí mismo y tiende a reforzarse con el apoyo de la ley y la costumbre. Pero tanto las leyes como los hábitos podrían ser otros y está en nuestra mano apurar las leyes todo lo que las leyes permitan y erradicar los hábitos, también los mentales, atendiendo a cada uno de nuestros comportamientos.

  • Los libros tienen ese poder mágico de crear relaciones entre ellos y entre las personas, de manera que yo pueda leer esta entrada justo cuando estoy leyendo el ensayo de Antonio Muñoz Molina, y todo forme un círculo perfecto que me sirva para comprender lo que vivimos. Me encantó leerte, Fernando, me pareció una reflexión lúcida y magistralmente escrita. Gracias.

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