Los proyectos invisibles

José Gimeno Sacristán decía en un texto de 2002*: “Un aspecto esencial de la educación es el ser proyecto”. En efecto, trabajar en educación supone vivir volcado hacia el futuro, pensando cómo prestar servicio hoy para construir la sociedad del mañana. En sentido aristotélico, en la escuela vivimos en la frontera entre el acto y la potencia.

En los últimos años, además, la palabra “proyecto” ha conjurado el deseo de mejora a través de la innovación. La Administración promueve decenas de proyectos internacionales, nacionales y autonómicos; organismos, instituciones, fundaciones, asociaciones y empresas de todo tipo rodean a la escuela con sus proyectos y con propuestas para que los docentes diseñen y desarrollen sus proyectos ya sea individualmente, en grupos o como centros educativos completos.

Así, por ejemplo, en los últimos años se ha difundido ampliamente la promoción del Proyecto Lingüístico de Centro (PLC) a través de las distintas comunidades autónomas. El PLC no es más que un proyecto educativo que pretende concentrar todos los recursos del centro para promover la competencia comunicativa del alumnado a través de actuaciones que van desde el Plan de Lectura y Biblioteca, la atención a la diversidad lingüística y cultural o la reflexión en torno a las actividades lingüísticas más eficaces en el aula, entre otras.

¿Es fructífero hablar de proyectos? Estoy convencido de que sí lo es. Diseñar un proyecto es un ejercicio de diagnóstico de necesidades, diálogo, coordinación y evaluación que necesariamente ha de ser positivo para la institución que lo realiza y, sobre todo, para su alumnado – incluso si no alcanza el éxito previsto, siempre será una experiencia de aprendizaje para el centro y su profesorado. En este sentido, no hay otra forma de afrontar un futuro cada vez más complejo y lleno de incertidumbres: diseñar proyectos supone planificar los procesos de mejora y de cambio que permiten ajustarnos a una realidad cambiante y superar las dificultades y los problemas que inevitablemente surgen en nuestra profesión.

Sin embargo, junto a todos estos proyectos visibles en los centros educativos hay también proyectos invisibles. Son proyectos de los que nadie habla y que nadie conoce, cubiertos por una espesa capa de opacidad que no permite que les llegue la luz.

Por un lado, hay proyectos invisibles que tienen lugar en el interior del aula pero que no trascienden más allá de sus paredes. Estos proyectos invisibles quedan en silencio porque los agentes implicados, normalmente un docente en solitario, no tienen o no han planificado una difusión a la altura de los esfuerzos de sus estudiantes y del propio docente. Es una pena: la invisibilidad de estos proyectos no redunda en una mayor autoestima de sus estudiantes ni tampoco en un mayor conocimiento por parte de las familias y de la sociedad de nuestra labor. Creo que superar el carácter discreto de los proyectos de aprendizaje que realizamos en el aula reporta claras ventajas para los estudiantes, el docente y el centro** – cuidando siempre, obviamente, todos los aspectos relacionados con la protección de los datos y la imagen de los menores.

Sin embargo, hay otro tipo de invisibilidad que me preocupa más. Cuando recomendamos a los centros que diseñen su Proyecto Lingüístico de Centro, por ejemplo, no podemos dejar de ver que todo centro tiene, en realidad, un Proyecto Lingüístico de Centro, como siempre hay un Proyecto de Coeducación o de Educación para la Salud, aunque estos sean invisibles.

La idea es bien sencilla: no se puede no enseñar Educación para la Salud, Coeducación o el uso de las lenguas. Cuando no trabajamos de manera reflexiva, ordenada y cuidada en un centro educativo estas cuestiones, de hecho las estamos trabajando de manera inconsciente y, probablemente, irreflexiva, desordenada y descuidada. Peor aun, cuando nuestro proyecto es invisible, todas estas cuestiones pueden estar simplemente en manos de prácticas tradicionales más o menos atávicas o de intereses personales o de terceros ajenos a la educación (sean otras instituciones, empresas relacionadas con la educación o, simplemente, los medios de comunicación como agentes socializadores).

Ahora pregúntate a ti mismo: ¿cuántos proyectos invisibles existen en tu centro?¿En qué medida se está no-enseñando cuestiones tan importantes como la educación para la igualdad entre hombres y mujeres, el uso eficaz y seguro de las TIC, la educación para la salud o el desarrollo consciente de las competencias claves? Con esos proyectos invisibles y esas no-enseñanzas también se construye un tipo concreto de sociedad: una sociedad invisible de ciudadanos invisibles presos de poderes invisibles que no dan la cara para no perder sus derechos ni asumir sus responsabilidades a lo largo de toda una vida de aprendizajes permanentemente invisibles.


 

* Gimeno Sacristán, J. 2002. “La educación que tenemos, la educación que queremos”. En F. Imbernón (coord.) La educación en el siglo XXI. Barcelona: Graó, pg. 30.

** Sobre la idea de la invisibilidad de los proyectos, la necesidad de difundir nuestro trabajo y de repensar nuestra imagen pública colectiva se han publicado esta misma semana tres entradas que recomiendo vivamente:

Esta entrada se ha publicado en el Periódico Escuela hoy día 25 de febrero de 2016 junto a la columna del amigo Miguel Sola titulada Groucho se equivocaba.

Imagen: Igor Stevanovic via Shutterstock

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