¡Es el tiempo, estúpido!

¿Recordáis aquella frase?

The economy, stupid!

En la campaña electoral de 1992, George H. W. Bush parecía insuperable. Su nivel de popularidad estaba en todo lo alto y parecía que sus éxitos (aparentes) en la Guerra Fría y la Guerra del Golfo Pérsico le garantizaban la reelección ante un débil y joven Bill Clinton. Y sin embargo, Bill Clinton fue elegido Presidente de los Estados Unidos y Bush tuvo que marcharse a su rancho de Texas.

Una de las claves de aquellas elecciones fue la expresión “The economy, stupid!”. Tan contundente frase se la debemos a James Carville, asesor de aquella campaña presidencial de Bill Clinton. Como toda gran idea, combinaba la sencillez de una evidencia con la potencia de una de las claves de nuestro modo de vida: de nada valen los éxitos en política exterior si la economía nacional se resiente y los ciudadanos sienten que viven peor. Sin duda, era una idea ganadora.

Pues bien, desde hace algún tiempo me ronda una preocupación que provoca que con bastante frecuencia me sorprenda diciéndome a mí mismo: “¡Es el tiempo, estúpido!”

Por ejemplo, cuando veo el interés que existe por reformar los espacios con la confianza de que rompiendo las paredes y acristalándolas, comprando nuevo mobiliario y enmoquetando las salas se obrará el milagro de transformar la educación, yo me digo a mí mismo: “¡Es el tiempo, estúpido!”

También cuando veo que queremos cambiarlo todo comprando tecnología, cambiando la pizarra tradicional por su homóloga digital, teniendo un buen carro de portátiles o de tabletas y utilizando todo tipo de Apps disponibles en el repositorio de Apple o de Google, yo me digo a mí mismo: “¡Es el tiempo, estúpido!”

Así mismo, cuando veo que centramos nuestro interés en cómo redactar la programación o debatimos durante largas horas si hay objetivos o no en el nuevo currículo, cuando invertimos nuestras fuerzas en marcar la diferencia entre estándares o indicadores o cuando rellenar tablas y tablas con cada uno de los elementos del currículo es lo que ocupa buena parte de nuestras tardes, yo me digo a mí mismo: “¡Es el tiempo, estúpido!”

Cuando participamos, uno tras otro, en planes y programas de innovación o en innumerables experiencias de formación del profesorado, cuando renovamos nuestros libros de texto y las editoriales nos facilitan todo su material complementario, cuando abrimos nuestras plataformas y las cargamos de contenidos y actividades porque en el fondo seguimos pensando que nuestra tarea es transmitir cuánto más mejor y la suya limitarse a recibir, yo me digo a mí mismo: “¡Es el tiempo, estúpido!”

Dice Byung-Chul Han en el libro El aroma del tiempo:

La inquietud hiperactiva, la agitación y el desasogiego actuales no casan bien con el pensamiento.

Según el filósofo, podemos distinguir entre sujetos de rendimiento y sujetos de experiencia. Los primeros no pueden detenerse a pensar y se ven conducidos a rendir (supuestamente) más y mejor, aunque la misma carrera en la que están inmersos les impide hacerlo realmente: van “haciendo zapping por el mundo”; los segundos son los que dominan el tiempo para poder vivir experiencias realmente significativas porque “en contraposición al saber y la experiencia en sentido intenso, las informaciones y los acontecimientos no tienen un efecto duradero o profundo”.

Pues bien, la escuela hoy tiene más que ver con “las informaciones y los acontecimientos” que con “el saber y la experiencia”, con la educación de sujetos de rendimiento más que con la más deseable educación de sujetos de experiencia. Tanto el alumnado como el profesorado están sometidos a una velocidad vertiginosa, acuciados los unos por un horario de escenas académicas fulgurantes que se suceden ante ellos como brevísimos expositores de contenidos mientras que los otros, el profesorado, corren pasillo arriba y pasillo abajo de una clase a otra en una sucesión rápida de caras, unidades y actividades.

Quizás ha llegado el momento de frenar, de agrupar, de integrar. Buscar la coherencia en nuestra propia voz puede que esté más relacionado con tener una visión más holística de nuestras materias y no verlas como pequeños botes de contenido curricular que tenemos que abrir a toda prisa a lo largo del año para que nuestros estudiantes puedan aspirarlos mínimamente. Quizás ha llegado la hora de darnos cuenta de que disponer de treinta semanas de clase no quiere decir que tengamos que dividir nuestro trabajo en quince unidades inconexas, por mucho que así lo haga un libro de texto. Quizás haya llegado el momento de tomar el control del currículo porque, como dice Byung-Chul Han,

la experiencia de la duración, y no el número de vivencias, hace que una vida sea plena. Una sucesión veloz de acontecimientos no da lugar a ninguna duración.

Es el tiempo, amigo mío, el tiempo.


 

Artículo publicado en el Periódico Escuela el día 26 de mayo de 2016.

5 Comments

  • Francisco Daniel dice:

    Es el tiempo efectivamdnte. Dejarnos llevar por él y sin premura para recorrer mejor el camino en la escuela. Buen recordatorio, Fernando.

  • Colectivo Orienta dice:

    ¡Qué interesante, Fernando! Precisamente hace un tiempo recogí algunas citas de blogs sobre la importancia del tiempo en educación: http://queduquequeducuando.blogspot.com.es/2014/11/estamos-tiempo-para-cambiar-la-hora-en.html

    Un saludo

  • Enrique dice:

    El invento del reloj de bolsillo permitió guardarlo junto a las monedas y reforzó la idea de que el tiempo se podía vender o comprar, ahorrar o gastar. También era algo que se podía perder. El tiempo y el dinero se volvieron intercambiables en nuestras cabezas.

    Momo, la magnífica novela de Michael Ende, es una genial metáfora de todo ello. En una ciudad donde la vida se desarrolla de forma armónica y placentera llegan los Hombres Grises, unos empleados del Banco del Tiempo que consiguen convencer a sus habitantes de la necesidad de ahorrar tiempo y depositarlo en su Entidad, de la que después podrán retirarlo, con un interés, cuando lo necesiten. Y tal es la obsesión por el ahorro de tiempo que los ciudadanos dejan de hacer todas aquellas actividades que no se consideran productivas, como la charla, el arte o incluso dormir. La vida se vuelve ajetreada y cuanto más tiempo ahorra una persona menos tiempo tiene.

    http://www.otraspoliticas.com/educacion/el-tiempo-oscuro

  • Feliciano CV dice:

    Hace más de ciento ciencuenta años dos barbudos inteligentes y capaces de percibir el pulso de la historia social y económica decían:

    «La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban. Y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.

    La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta a otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.» p. 32 y 33

    Gracias

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