PISA y la agenda política de la educación lingüística del siglo XXI: Decisiones, dudas y vacíos

Hoy tengo la suerte de participar en la undécima edición de los Cursos de Verano de la Universidad Pablo de Olavide. He sido invitado por Francisco Lorenzo y Virginia de Alba a un curso muy especial, titulado «Las pruebas PISA a examen: educación lingüística y rankings internacionales«.

Este curso me hace especial ilusión por tres razones diferentes.

En primer lugar, Francisco Lorenzo, profesor de la Universidad Pablo de Olavide, no es sólo un buen amigo sino uno de los educadores e investigadores más interesantes de nuestro país en el ámbito de la educación lingüística y ha organizado un curso de verano reflexivo, complejo, variado y abierto para el debate, en el cual nos encontraremos educadores, administración y prensa para hablar sobre PISA y evaluaciones internacionales.

En segundo lugar, PISA y la evaluación es uno de mis temas centrales de reflexión, como espero que puedas ver en el listado de enlaces que ofrezco a continuación: me preocupa su sentido, la lectura que hagan de estas evaluaciones los responsables políticos y las decisiones que tomen y tomemos.

Y, en tercer lugar, este curso me permite continuar trabajando en torno a ideas que ya ofrecí en las Jornadas Novadors de la semana pasada: mutualismo, política de base y coordinación tácita, en este caso en relación con educación lingüística y centrado en el proyecto lingüístico de centro.

En este sentido, mi ponencia pretende ser una intervención crítica tanto respecto a la lectura simplista de PISA como en relación con la toma de decisiones que no afronta la complejidad social y educativa. Ambas simplificaciones suponen riesgos: la primera porque reduce fenómenos complejos a meros indicadores cuantitativos que ocultan tanto como muestran; la segunda, la toma de decisiones simplificada, porque no resuelve problemas que sí existen y crea otros nuevos que quizás no existieran.

En concreto, pretendo proponer que es necesario complementar los procesos institucionales y estandarizados de evaluación con mecanismos de monitoreo que nos permitan observar el cambio en su dinamismo. La escuela, además de agencias y oficinas de evaluación, requiere diálogo en los centros para llegar a acuerdos y puntos de partida comunes que nos permitan establecernos metas y trayectorias.

Será a partir de estos acuerdos, y de la monitorización que hagamos de nuestro trabajo, cuando podamos establecer el trabajo de base que da sentido a nuestra escuela: enseñar es una tarea colectiva, y la educación lingüística también lo es. Someter a la reflexión ese proceso de trabajo es la auténtica «cultura de evaluación» que necesitamos y que nos permitirá avanzar.

En todo caso, aquí os dejo mi presentación por si queréis revisarla:

Enlaces propios:

Enlaces externos:

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